El demonio telepático
Fragmentos del ensayo de Diego Vecchio y fotos de Eric Michelson.
Espectropoemas a cargo de Sara Bosoer.
En el mundo encantado, gobernado por dioses y demonios, las fronteras entre los sujetos y las cosas, los agentes personales y las fuerzas impersonales, lo humano y lo sobrenatural, son permeables. El yo es poroso y es vulnerable a la acción ejercida por los espíritus y poderes invisibles. El sujeto puede ser poseído, invadido, manipulado, transformado por estos agentes. Ciertos objetos, como las reliquias, los talismanes o las pociones mágicas, cargadas de fuerzas, pueden fácilmente ejercer una influencia sobre objetos y cuerpos.
Para el espiritismo, el mundo de ultratumba no está disociado del nuestro. En ciertas ocasiones, los espíritus se ponen en contacto con los vivos. A través del periespíritu, interactúan con el mundo material haciendo girar las mesas, desplazando objetos, provocando ruidos y golpes, conectándose a un médium.
En rigor, el espiritismo es un nuevo avatar de la posesión. En una atmósfera de silencio y penumbras, el médium se concentra, mirando fijamente una hoja en blanco, un vaso de agua, un anillo. A veces, se toma de la mano de los otros asistentes, formando una cadena. Al cabo de un rato, cae en un estado de trance y se transforma en otro. No solamente sus rasgos físicos se distorsionan, sino también le cambia el timbre de voz. En este estado de disociación, el médium descubre talentos hasta entonces desconocidos, como leer pensamientos, adivinar el pasado o el futuro, dibujar con los ojos cerrados con la destreza de un artista.
Los espectros pierden toda timidez y se manifiestan, no solamente a través de golpes, sino también haciendo girar mesas, moviendo objetos, apareciendo con túnicas flotantes. La comunicación con el más allá se perfecciona y muy pronto es posible entablar conversaciones más sofisticadas, gracias a la invención de un tablero de madera con un alfabeto, conocido con el nombre de oui-ja, o a la intervención de profesionales del más allá, dispuestos a prestar el cuerpo para hacer hablar a un muerto, a cambio de una ayuda pecuniaria.
La fiebre espiritista cunde no solo por los Estados Unidos, sino también por Europa, cuando algunos médiums cruzan el Atlántico y llevan la peste a Inglaterra y después al continente, despertando de sus tumbas a los fantasmas del Viejo Mundo. Una de las primeras exportaciones culturales norteamericanas a Europa es esta nueva religión espectral.
Espectropoema 1:
(¿Cómo dibujar la lectura de un poema? ¿Cómo dibujar las presencias invisibles que se mueven cuando una voz lee un poema? ¿Qué son esas olas que se forman en el espectrograma de una voz? ¿Qué es la orilla?)
Para desbaratar estas artimañas, las condiciones de control son drásticas. Antes de comenzar la sesión, los médiums son sometidos a una revisación médica exhaustiva, por no decir policíaca, que no perdona ningún orificio. En ciertos casos, se les administran enemas o vomitivos para hacerles expulsar cualquier material escondido en el tubo digestivo, trayecto superior o inferior; o se le hacen ingerir elementos colorantes para teñir los materiales que han sido regurgitados. Durante las sesiones, los médiums están obligados a invocar espectros maniatados, esposados, vestidos con una especie de chaleco de fuerza. En ciertas oportunidades, son encerrados en jaulas.
Tantas precauciones y torturas no ponen a la metapsíquica al abrigo del fraude. De hecho, podría afirmarse que el mismo dispositivo que las ciencias psíquicas inventan para estudiar fenómenos excepcionales genera el engaño. No es extraño que los médiums, obligados a repetir cientos de veces sus habilidades ectoplásmicas o telekinéticas, recurran en ciertos casos a algún truco de magia, para asegurar la materialización de un espectro. Las comunicaciones de ultratumba son un trabajo remunerado como cualquier otro y el estipendio es proporcional a las destrezas espectrales exhibidas. Para ganarse la vida, muchos médiums no dudan en hacer trampa para hacer percibir aquello que los psiquistas y metapsiquistas desean percibir.
Al tosco sistema telegráfico de los comienzos, fundado en golpes, conocido con el nombre de tiptología, suceden formas mucho más sofisticadas de comunicación con el mundo invisible, como la pneumatografía o la psicografía. En la pneumatografía, el espíritu escribe directamente, sin ningún tipo de intermediario, deslizando en una hoja un lápiz que ninguna mano sostiene. En la psicografía, fenómeno mucho más frecuente, el espíritu se manifiesta a través de la mano del médium, que se pone a escribir, sin saber lo que escribe. De ahí que Kardec llame a la psicografía escritura involuntaria.
Esta escritura involuntaria no es del todo ajena a los problemas caligráficos. Kardec precisa: “La escritura es algunas veces muy legible, las palabras y las letras están perfectamente separadas. Pero con ciertos médiums, resulta difícil que otra persona pueda descifrarla y hay que acostumbrarse. Muy a menudo está formada por grandes trazos, los espíritus no ahorran papel. Cuando una palabra o una frase es poco legible, se le ruega al espíritu que tenga la amabilidad de volver a comenzar, lo que suele hacer con gusto. Cuando la escritura suele ser ilegible, incluso para el médium, este consigue casi siempre obtener una escritura más clara por medio de ejercicios frecuentes y constantes, poniendo mucha voluntad y suplicando encarecidamente al espíritu que escriba correctamente.”
Espectropoema 2:
(esta escritura in/ voluntaria no/ es ajena a los problemas/ caligráficos/ los espíritus no/ ahorran papel/ con gusto vuelvo/ a comenzar si no/ se lee bien/ entrena la mano/ dibujá linda letra te lo pido/ encarecidamente)
Esta disociación del nombre propio corresponde a una concepción espectral de la literatura. La literatura, “que viene directamente del inconsciente”, haría intervenir a un sujeto bífido. Quien escribe es siempre otro, otro que es creado en el momento de escribir, que aparece como un extraño, aunque en realidad no lo sea. Este sujeto no es una alteridad radical ni otro con mayúsculas, sino una partícula de uno mismo en que el yo no se reconoce.
Prosopopeya es el nombre de una figura retórica que consiste en hacer hablar a un muerto, un ausente, alguien o algo desprovisto de voz (una planta, un animal, un concepto). Por extensión, prosopopéyico es el demonio que toma posesión de un cuerpo, el espectro que habla y escribe a través del médium, el telépata que recibe a distancia las impresiones de otro sujeto y las personalidades múltiples, alternativas o sucesivas, que dan la palabra y la existencia a un yo paralelo. La psiquiatría inventa este síndrome hacia 1860. La enfermedad declina a principios del siglo XX, pero vuelve a entrar en escena, de manera ruidosa y epidémica, en los Estados Unidos, hacia 1980. Habría que preguntarse por qué.
Se trata en realidad de dos formas de posesión: el teratoma, posesión somática; el psicoteratoma, posesión psíquica. Pero quien escribe puede ser algo más que un fragmento ignorado de nuestra personalidad, para quien hay que inventar otro nombre. El sujeto bífido que escribe puede ser también un psicoteratoma alojado en otro cuerpo. La literatura espectral sería, en ciertos casos, una experiencia de parasitismo telepático y plagio involuntario.
Espectropoema 3
De esta criatura abortada, queda un residuo: un tumor encapsulado, con pelos, huesos y dientes. Este doble embrionario puede transformarse en un psicoteratoma o psicotoma, una suerte de quiste psíquico, “que aparece como un cuerpo extraño a la psique, con cierto grado de autonomía, limitado en su desarrollo pero que vive a expensas del individuo que lo posee”.
Entre el teratoma y el húesped hay una relación de ajenidad y familiaridad, autonomía y subordinación, que socava toda tentativa de unidad. El narrador se pregunta si su quiste sebáceo no es un teratoma que contiene, en lugar de dientes y uñas, un cerebro y el día que decida extirparlo, se verá privado de sus ideas más brillantes. El que piensa, inventa y escribe es otro: otro abortado.
En la Antigüedad, cada demonio tenía una esfera de intervención claramente asignada. Uno modelaba los sueños, otro daba forma y color al hígado de los animales sacrificados, otro gobernaba el vuelo de las aves y otro escribía los oráculos en verso de las sibilas. Cada poeta tenía un demonio personal, que lo guiaba paso a paso en la composición de los hexámetros, versos saturnios, comedias, tragedias y epopeyas.
Jung imagina, junto al inconsciente personal cuyos materiales provienen de la historia del sujeto, constituido por representaciones reprimidas inaccesibles a la conciencia, un segundo sistema psíquico, impersonal, transhistórico y universal, matriz reguladora de la producción simbólica, que determina maneras de percibir, actuar, pensar, creer, delirar, imaginar y angustiarse. Si del inconsciente individual podemos tener noticias a través del retorno de lo reprimido, del inconsciente colectivo podemos comprobar la existencia a través de la irrupción en la consciencia de arquetipos, complejos ancestrales o almas parciales, que se presentan ante el sujeto, de manera dramatizada y animada, dotados de una vida propia, a la manera de personajes que interactúan para aliarse, compensarse, desafiarse o detestarse.
Una de estas almas parciales es la sombra, arquetipo que representa los aspectos negativos del yo, que, en lugar de ser reconocidos como tales, son reprimidos y proyectados en el mundo exterior sobre un objeto o persona. Por aspectos negativos, Jung entiende los atributos inferiores, primitivos, oscuros, pueriles de la personalidad, percibidos como ajenos. La sombra es el doble negativo, pero a la vez infantil, del yo: el adversario que vive en nosotros.
Con la revolución digital, la humanidad nunca conoció una época con una circulación tan vertiginosa de información. A cada instante, sin que nos demos cuenta, entran y salen de nuestra psique, a través de la retina o de la yema de los dedos, una infinidad de palabras, pensamientos, imágenes y afectos que provienen de otras psiques. Los hilos telepáticos se han saturado de mensajes y se han enmarañado de querellas. Imposible saber lo que es cierto y falso, bueno y malo, comestible e incomestible. Cada amigo es un potencial enemigo.
Para transportar instantáneamente tantos mensajes hacen falta millones de demonios telepáticos. En nuestro mundo desencantado, el servicio postal inmaterial fue desmantelado y gran parte del personal, despedido. Las condiciones de trabajo se han degradado considerablemente y ahora un mismo demonio ha de trabajar para una misma constelación de escritores que aspiran a resultados inmediatos y reclaman sin cesar más pensamientos, más palabras, más imágenes, más historias, más recuerdos. Estas idas y venidas resultan agotadoras, inclusive para un intermediario entre el mundo humano y el mundo divino.
Para poder responder a tantas solicitudes, los demonios se ven obligados a dictar mensajes similares a autores disímiles, en lugares distantes y lenguas diferentes. Los mismos pensamientos llegan a psiques diferentes, a veces a una psique equivocada y a veces ni siquiera llegan. ¡Pobres sísifos que pasan sus vidas cargando y descargando información! Ya no se puede saber quién envía qué a quién.
Mi demonio telepático, ¿pero es lícito utilizar este posesivo?, no era una excepción. Él también trabajaba para otros, reciclando ideas ajenas en mis ideas, hilvanando mi psique con otras psiques. En esto se ha transformado el mundo: ya no sustancia, ni materia, ni acontecer, sino red de conexiones telepáticas ilimitadas. En lugar de irrumpir desde las profundidades del alma, los pensamientos que concebimos son telecargados desde una nube.
(los fragmentos del ensayo de Diego Vecchio han sido sacados de su El demonio telepático, Buenos Aires, Mar Dulce, 2022)