El Tutor – videoperformance
por Julián d’Angiolillo y Séverine Hubard
por Valeria Melchiorre
La sala de espera de una prepaga -OSDE-, que es la misma que, como un tiro por la culata, va a sponsorear la proyección del video; el temblor de una planta en apariencia anodina por ser “de interior”, anticipan en “El tutor” una permanente bifurcación entre lo siniestro y lo cómico, lo atemorizante y lo clownesco. Una rubia travestida, con traje de Buster Keaton, protagoniza un ciclo que va del ascenso al derrumbe, de la imposibilidad a la destreza. La discapacidad es, en su caso, un obstáculo que no impide sortear las junglas de lo doméstico. Y si la salud se pone en jaque por los imprevistos de la desmesura, que, como esos ficus animados, amenazan con derribar o doblegar, la agonía por el equilibrio va imponiendo sus acrobacias. En esas desviaciones es que, de pronto, lo sexual irrumpe para resaltar las verdades ocultas del cuerpo: lo que no se ve (a)parece. Se va desdibujando así cualquier linealidad al punto que la epopeya será proseguir, exhaustos o torcidos, en este mecanismo de relojería que impone la batalla con lo cotidiano.
“Acerca de someter y disciplinar. A propósito de El Tutor, de Séverine Hubard y Julián d’Angiolillo”,
por Laura Isola
Las imágenes oscilan entre las que son perturbadoras y las que provocan la risa nerviosa, esa que les sobreviene a algunos cuando las personas se caen de improviso. Básicamente eso es lo que ocurre en El tutor, la videoperformance realizada por Julián d’Angiolillo y Séverine Hubard y curada por Lucie Haguenauer. Pero hay más: filmado en los mismos ambientes por donde hay que circular para llegar a verlo, las escaleras, la sala y la salita del Espacio de arte de Fundación OSDE, el video produce una relación especular entre el adentro y el afuera. Vemos lo mismo que nos rodea. Sin embargo, las acciones que se llevan a cabo en la proyección nos distancian un poco de esa simetría.
Una mujer joven vestida de negro con el pelo muy corto y rubio intenta subir las escaleras con la ayuda de una muleta. Se nota el esfuerzo en vano. Al pisar uno de los escalones, rueda hacia abajo como una bolsa. Eso se pretende varias veces, y las caídas se suceden una y otra vez y parecen activadas por una palanca. Hay algo de rutina de cómic o de slapstick en estas escenas que enrarecen la narración. Quiere llegar, ¿adónde, con toda su discapacidad a cuestas? Finalmente, lo logra.
Después de varias pruebas arriba a una especie de sala de espera como de un consultorio. Allí hay plantas con las que se vuelve a trabar en lucha. Por la supervivencia o por un deseo un tanto masoquista, la protagonista, esa que casi no podía caminar y mantenerse en pie, desarrolla una serie de posturas menos de alguien con capacidades diferentes que con un gran sentido atlético. De eso tiene mucho El tutor: de una ambigüedad entre dolor y placer. De una oscilación entre el uso de elementos ortopédicos para suplir faltas y carencias y también para exhibir excelentes condiciones. Entre el ser y el parecer. De la minusvalía a la potencia extrema.
En 1741, Nicholas Andry de Boisregard, conocido como “el doctor gusano” por sus estudios sobre parasitología, publicó su libro para padres Orthopédie, ou l’Art de prévenir et de corriger dans les enfants les difformités du corps (Ortopedia, o el arte de prevenir y corregir las deformaciones de los niños). De esa manera creó el término y la disciplina ortopedia, de las palabras griegas orthós (“derecho, erguido, de forma justa y apropiada”) y paideia (“educación, ejercicio”). Si bien algunos antes habían informado sobre los posibles tratamientos para corregir malformaciones –hay indicios en Hipócrates y Galeno–, se sabe que en la supervivencia del más apto, el “descarte” de los buenos y bien hechos frente a los mal nacidos fue terapéutica y posología frecuente. Además, Andry hizo otro aporte: la ilustración del árbol con un tutor que refiere a la ortopedia desde el siglo XVIII hasta el presente.
La coincidencia entre la ortopedia y el arte, el tutor del árbol que corrige de la ilustración del médico francés y el tutor del título que tiene esta pieza de video, se profundiza aún más en la entrada a la proyección. Para ingresar a la salita se debe sortear un túnel que hace que los espectadores deban gatear y reptar para llegar. Someter y disciplinar. Dejar afuera a los no aptos. Hacer pasar por un agujero y también hacer pasar por algo de lo mismo que sucede en el video. En cuatro patas, como un niño, un animal o en una pose sexual, el arte nos obliga a una forma de corrección, de ejercicio justo y apropiado.