La chica de la muchedumbre
por Lumía Belmondo
……….No, licenciada, no está entendiendo. El punto de esto que le estoy contando no es la fijación, eso no tiene importancia. La chica es lo de menos. No la veo hace tiempo. Se lo cuento porque fue una revelación. Vi mi vida condensada, reflejada en otra. Y entonces entendí. No traje esto a terapia antes porque sabía que me iba a decir lo que me está diciendo, que dejara de hacerlo y yo sabía que era algo importante. Años de terapia para que todo se me representara así, como en el teatro. A ver, voy de nuevo con más detalle.
……….El miércoles pasado me pedí el día en el trabajo para ir a hacer un trámite al centro. Fue largo, terminé más de las cuatro. Después me metí a tomar un café en un bar y se hicieron casi las seis. Agarré justo la salida de las oficinas. Me fui a tomar el subte, de camino pasé por la puerta del estudio contable donde trabajaba a los veinte. Tucumán y Maipú. Fue pasar la entrada del edificio, justo después de absorber el olor fresco y sutil del hall, y me vino una sensación extraña, como unos nervios generalizados. O no, no eran nervios. Una agitación, una turbación en cuerpo y alma. El pasado entero se me hizo presente. Cada paso que daba, cada mirada hacia uno y otro lado de la calle, cada sensación era volver a algo conocido pero extraño. Era lo familiar que ya no lo era.
……….Nunca añoré ese trayecto. Ni siquiera al poco tiempo que dejé de trabajar ahí. Son unas calles de aire y ruido espesos, de veredas angostas y autos que pasan demasiado cerca. Predomina el gris. No es placentero andar. Te chocás con la gente que viene de frente y es difícil pasar al que se queda parado o va lento. Además, la repetición. Durante nueve años consecutivos de mi vida atravesé esas calles, que se hicieron costumbre exasperante. Todos los días, ¿me comprende? A la misma hora atravesar la misma puerta, pisar las mismas baldosas, siempre igual. Ahora pienso que con razón, después de tantos años, hacer ese trayecto con otro cuerpo, con otra cabeza, por primera vez, alteraba las condiciones.
……….En ese estado de electricidad bajé al subte. La misma estación que durante nueve años visité todos los días hábiles de mi vida a las 18.20, pero dadas las circunstancias, toda mi percepción era más aguda. Hay una memoria que pasa por el cuerpo, pero la mente se mete siempre. Salvo por la ropa, que evidentemente había bajado de calidad además de variar la moda, no encontré mayores cambios. Era gente que salía de trabajar, algo agobiada, siempre con apuro. Cuando hay tal amasijo no es posible distinguir ni detenerse en nadie, es todo lo mismo. Aunque haya algún saco mejor o algún perfume, todo se mezcla. Amasijo, como dije recién, esa es la palabra. Y todo se apelmaza con ese aire denso del subte. ¿Vio que la atmósfera está siempre viciada, aunque haya poca gente? Para mí que es el compuesto de la respiración de la gente y lo que largan los motores; mezcla de deshecho humano y maquínico.
……….Al subir al vagón, pude alcanzar un asiento, justo en el punto medio de dos puertas. En tantos años desarrollé mis técnicas para lograrlo y el cuerpo no se olvida. Ahí mismo, parada enfrente mío, estaba la chica. Era yo, patente. Yo en aquella época, digo. Vestida diferente a todos; mitad elegante, mitad desaliñada. Nada de lo que tenía puesto iba acorde a la moda, al contrario. Un blazer que le quedaba grande, una pollera tubo color mostaza como la que usaba mi mamá, una remera algo raída, una bufanda larguísima a rayas de colores. El pelo desaforado. Capaz de recortarse del amasijo sin esfuerzo, naturalmente, sin darse cuenta. Era yo, ¿se da cuenta? No se me parecía físicamente, era otro el rasgo familiar. Algo conocido y propio, pero extraño.
……….Leía. Hacía equilibrio y leía. Podían empujarla, codearla, contorsionarse y seguía leyendo. Con los auriculares puestos, se balanceaba, pero no al ritmo de la música. Yo llegaba a escuchar apenas el golpe de los sonidos bajos y no era ese el ritmo. Evidentemente, se movía al compás de su lectura, combinación del texto y el vaivén que le imponían las vías. No, no es una fijación. Era lo único que podía mirar. ¿Usted se acuerda cómo es viajar en subte en hora pico? No hay mucho horizonte que contemplar. Son treinta centímetros a la redonda y queda mal mirar al de al lado. La chica estaba en frente mío. No había otra cosa para ver. Sí, tenía el celular… ¿Le parece más sano, más lógico, más normal, que me anestesiara metiendo mi cara en la pantalla, como todos los demás? ¿Usted no me dice siempre que haga lo contrario, que hay que levantar la cabeza, ampliar la mirada?
……….Sigo, mejor. Después de unas pocas estaciones, empezó a moverse con cierta inquietud para abrirse paso y llegar a tiempo a la puerta. Me sentí eyectada del asiento y me fui moviendo en el espacio que iba dejando. La seguí a una distancia prudente por varias cuadras. Caminaba despreocupada, con los auriculares puestos. Entré con ella a la facultad. La vi saludar a compañeros, pedir un café en el bar, hablar por teléfono y entrar a clase. Cada uno de los gestos y las acciones –excepto el celular, claro– duplicaban con años de diferencia mis propios pasos. Pude reconocer entre los suyos a mi amiga y compañera de estudios, al pibe con el que nos levantábamos media hora antes de que terminara la clase para tener sexo en el baño, al flaco de las fotocopias, al grupo de los singulares que buscaban sobresalir, al chico retraído del rincón al que nunca le escuché la voz, a la piba que levantaba la mano en todas las clases para decir cosas inconexas.
……….Fue inevitable. ¿Cómo hacer para no seguirla nuevamente? Cómo no averiguar si su vida era la mía, si esos chicos ocupaban el lugar que nosotros antes, si no era todo, como me había parecido esa primera vez, una repetición cíclica, en la que las personas cubren papeles prefijados, prototipos sobre los que se improvisa más o menos, pero que no se salen de cierta línea demarcada, no porque sean disciplinados y obedezcan a cierta norma social, sino porque su rol está tan bien determinado y ajustado a su personalidad, que todo queda autorregulado. Estamos ensamblados en base a esos arquetipos, con variaciones mínimas, desviaciones que extrañan la repetición, exactamente como nuestras caras en relación con las de nuestros padres o hermanos, exactamente como mi trayecto hacia el subte del miércoles en relación con el de esos tiempos. Seguramente ha tenido otra paciente como yo y yo he tenido otra terapeuta como usted. Imagine que ahora ellas están en sesión, o tal vez el jueves o el año que viene, es lo mismo, sigue siendo un espejo, el tiempo no importa. O a lo mejor, el tiempo es el espejo. Muchas líneas paradigmáticas que se entrelazan, pero se cruzan solo entre lo que tiene tendencia a encontrarse. ¿Mexplico?
……….Por eso volví varias veces a la misma hora al subte. Para seguir a la chica, sí, pero no porque estuviera obsesionada con ella, sino para saber más de esa vida que había sido la mía. Y las revelaciones fueron increíbles. Tal cual, la chica estaba viviendo mi vida, reproduciéndola, paso a paso. Sus amigos, sus alegrías, las discusiones telefónicas con su madre, sus momentos de euforia, su retraimiento posterior… Eran mi adolescencia tardía proyectada en una escena perfecta para ser observada, analizada, desmenuzada. Entonces entendí la potencia de la juventud, cuando todo está en germen, cuando uno es una semilla donde las posibilidades que proyecta están contenidas de forma completa, acabada. Los sueños nunca son incompletos, nunca se proyecta a medias o con probabilidad de fracaso. A ver si me entiende… Un estudiante de medicina es un médico en potencia, pero esa posibilidad es completa. No es un futuro médico a medias, un futuro médico fracasado o un futuro médico que no terminó la carrera. Es un futuro médico íntegro y exitoso. Esa chica irradiaba toda esa potencia, igual que sus amigos, igual que yo a su edad.
……….Ahí me di cuenta de que la chica estaba viviendo palmo a palmo mi vida, me la estaba robando. A medida que avanzaba por cada momento de mi existencia (o de la suya), mi pasado se iba deshaciendo. Por eso, al caminar esas calles el día en que la encontré, el recuerdo fue tan vívido y extraño a la vez: era un pasado que estaba a punto de deshacerse, o en verdad, estaba a punto de dejar de ser mío para comenzar a ser de ella. Y como lo reviví por azar, nos encontramos. Porque ahora compartimos esa experiencia. Cuando entendí esto, tuve miedo o angustia. Es la conciencia de la finitud, porque de eso se trata la muerte, ¿no? Cuando nuestro pasado se desvanece para nosotros y florece para otro. Pero me resigné, porque es inevitable y no se puede vivir todo el tiempo en la inminencia del peligro.
……….Después vino la envidia de que tuviera todo por delante, de que pudiera vivir mi vida pero bien, sin errores, tomando las decisiones correctas. Pero cuando la escuché discutir con la madre desde la mesa de al lado en un bar, me di cuenta de que iba a equivocarse y a acertar tanto como yo, posiblemente en las mismas cosas. No, no. no estudiaba lo mismo que yo. Ella iba a la facultad de sociales, pero aunque no tengamos la misma profesión, sé que la vida la va a colocar en encrucijadas similares. Sí, puede ser que esté proyectando, pero ese no es el punto. El punto es lo que yo saqué de todo esto que parece muy loco. Le sigo contando.
……….Una tarde más que fui en su búsqueda y la encontré. Poque hubo veces que no y me tuve que volver sin nada. Esos huecos me desarman, porque son puntos oscuros, interrogantes irresolubles… Como sea, esa tarde me subí una vez más al subte repleto con ella, pero no conseguí asiento y me quedé parada junto a la puerta, del lado por donde abría en la estación donde se bajaba. Al pasar la estación anterior, empezó a moverse hacia la puerta, como siempre, y vino hasta donde estaba yo. Por primera vez estuvimos a una distancia mínima, íntima, diría yo, obligadas por la incomodidad de la hora pico del subte. Entonces, a esa distancia, pude ver en su pecho, a través la campera entreabierta, que llevaba una remera de Lali Espósito.
……….Me quedé atónita. No bajé con ella. Fue una desazón tan grande, que minutos después me sentí aliviada. No había nada de singular en esa chica, como seguramente no había nada de singular en mí a su edad ni ahora. Éramos comunes y corrientes, siempre lo fuimos, todos, dentro del papel que nos toca. Y sí, me sentí liberada al saberme una más, como ella, con cierto papel en el mundo que habito, pero sin el peso de cumplirlo a la perfección. Entonces, me bajé en una estación de doble andén, me tomé el subte para el otro lado y me volví a mi casa.
Le cuento todo esto para explicarle que entendí todo, que caí en la cuenta, que acepté. Eso es, acepté. Por eso quiero decirle que llego hasta acá, que esta es mi última sesión y no me diga que tenemos que trabajar con la fijación por esa chica, porque ya la dejé ir, se fue. Anda por ahí haciendo propio el pasado que yo voy soltando.
