La mirada encendida
sobre Paideumas de Fernando García Delgado
por Roberto Cignoni
De su dogal de empenachados ritos a sus mitos numerosos e incólumes, el miedo humano corre a ampararse bajo la rumia de los signos y sus convencionales acuerdos. Se ejercita en eludir los perturbadores trances en que sumerge la incertidumbre, y la aún más amenazante evidencia de un universo que jamás se ofrece en una combinación regular y estática. Y de todos modos, contra cualquier refugio, el mundo arrecia en imágenes que viven más allá de sus marcos proverbiales, en apariciones extrañas al meridiano y su retorno convenido, en juegos que no exigen otra constancia que el aliento audaz de la aventura. Sus gestos no se inscriben en el círculo de la designación, sus alumbramientos afirman que no hay maravilla descifrable. Asisten la permanencia anunciando la versatilidad de los comienzos, convocan a la lúcida anarquía sobre los antiguos mármoles y las anécdotas paralizadas.
Fernando García Delgado lo sabe bien. Sus «paideumas» despliegan esa sensible artesanía por la cual imágenes, ideas y sonidos se corresponden a la evidencia de un enigma y sus cielos intraducibles. Trazos y fórmulas, sellos y dibujos, fraseos e inscripciones, se entregan al infinito posible de sus encuentros, sin otra responsabilidad que la de liberar a las cosas de los órdenes irreductibles y los confortables refugios.
Códigos y claves se anticipan inútiles: un concepto se despliega sin consentir a algún primordio teórico o sistema fundante, eximido de sostenerse en pilares argumentales o en las conferencias de alguna confirmación. Sus vínculos son fórmulas y numeraciones despojadas de algún contexto, tipografías y pinceladas que se yuxtaponen tan sólo por una eventual equivalencia con la intensidad íntima de la escena. Los elementos se integran en una suerte de macrosigno totalizante; no resultan inferidos, sino activados en función de las insistencias materiales y espaciales del acontecimiento. Es el propio poema el que acuerda su carácter y forma intrínsecos, y su proceso de emergencia el que promueve las relaciones entre verbo e imagen, entre plasticismo e idea; ellos no cesan de componerse en tanto gesto y energía circulantes. Los paideumas se ofrecen así a abanicar un lenguaje cuyas reglas y consistencia se emprenden con cada aparición; vuelven presentes avances y desviaciones sobre un mapa imposible, líneas de fuerza que no se imprimen linealmente sino que arrecian al impulso de saltos e irradiaciones. En torno a ello, nuestra visión no se concentra, más bien se desplaza o desborda abrazando instancias y calores perceptivos a través de todo el espacio. Amanece esa libertad de la mirada y de la mente que no revela sino una apertura inclaudicable y rechaza el consuelo de las buenas y cerradas formas; su horizonte se constituye ese territorio jamás conquistado ofrecido a la temeridad de un ojo explorador.
Paideuma: abono de las alternancias para una inteligencia que no se reserva y despierta en pasos indecidibles, campo que induce el peregrinaje desde las formas que no guardan procedencia ni lugar asignado. Promisión de no ser la meta de nada entre tantos viajes.