Peralta Ramos 1 * - Zancada
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Peralta Ramos 1 *

(Invasión X)
por Khatarnak y Khabandar

A las X de allá y acá.

Con la remera del delfín rojo (¡y el delfín!: sobrerrelieve entre los pliegues de la oreja, soltándose), con esa remera y en su centro el delfín estampado, se centraba a su vez Alma sobre la orilla del balneario, el hijo de más de Ray-Ban que bien podría haber dicho sobre su padre (desde el futuro que se le desleía): «No sé si es mi papá o el papá impresionante de un amigo». Esto hubiera esgrimido el rubio de seis a su especie parental que le regalara la remera con el delfín hecho de oreja, bajo cuyo ruedo (bien abajo de la terminación pespunteada de la remera) aparecían los pies suyos en la toma: sucios y con arena, tras los que el niñoide bailaba pujando con su cola rosa de salmón ido. Le gustaban esos amagues de rubio-loca y de futuro pez oracular al padre, aunque no menos lo deslumbraba su acompañante de heliocéntrico verano, su esposa, que le agarraba el volante (¡ahora!: por la ruta dos), con sus lentes para ítalo-amantes polarizando la visión. Ella (La Tecno), no se daba por vencida con el vestuario: viajaba si además iba hacia una pasarela que le dra- matizara la entrada en viaje: desfile de una estatuaria costera de acompañantes en-route.

Barba Negra: Véanlo.

La afinidad de Alma con los mares (a los seis): en especial era el agua detenida lo que lo detenía ante la impresión del mar: ¿por qué el océano se hallaba al borde de inmovilizarse en un acrílico abstracto o estanque mágico? Y es que ya estaba viendo acercarse por la pantalla de ese espejo la sordera espacial que empezaba a conmoverlo (ese Alma desasido: tiritaba con la pelotita de su panza y blandía las tetillas si reía). Su estrella era tan extraviada de curso que chillaba de alegría contra la seriedad del panorama que se le imponía de a poco: el aplastamiento sonoro del paisaje como un laminado de su incursión en las playas… esa sorde- ra lo abastecía de unas mucamas con bolas de cristal en las manos —decía—… Y así veía venir lo que esos navegadores astronáuticos de su estómago traían: sus padres (Ray-Ban, La Tecno) le orbitaban la entraña alabeando en su cápsula de mimbre blanco —tatuajes de sol por entre las almendras de las ranuras— y así le envolvían paulatinamente el cuore (“a veces ni se le oye el pulso”).
Bien, adentro de esa diapo de carperos era puesta en situación de aterrizaje Flush, prima rubia de Alma, que pareciera viajar con el trío (Ray-Ban, La Tecno y el rubio-loca o pez-en-cuestión) en el verde autocar del comienzo, y de no descuidar la escena a todo vuelo de remeras (a ventanilla abierta algodón que aletea), se captará que Flush se evaporaba entre ellos como efecto colateral de sus desatinos, hija de su propia gemela: Flechner, siendo ésta última la predestinada, la aún invisible catalizadora del destino extraTierra del trío, de su poco disimulado advenimiento en la costa.

Barba Negra: Entrométase el jinete visual y siga.

Contactamos a la prima de Alma, Flush de cinco y en sandalias, que viajaba desde hacía tiempo hacia Alma atravesando unos ovillos de nubes en la aceleración de un solo verano, se plantó Flush frente a la casa de piedras de Peralta Ramos en donde veraneaban Los Tres, casi nariz con nariz frente a la carita rubia (de rubio-loca) de Alma. Al hacerse cosquillas con la mirada, con el vaivén de los ojos, no necesitaron hablarse: compartieron la sordera entera de sus Peralta Ramos respectivos. Y lo mejor que tenía su prima para él, lo que más lo abrillantaba sobre la Canson no5 de su panza, eran las mariposas que Flush le sellaba por el contacto con la purpurina de sus dedos: sus pieles hiperdotadas para la muda.

Barba Negra: Aparecen otras tomas…

Él-el-Loco aparecía en algunas fotos, usualmente, aunque nadie lo sintiera (la sordera del trío hacia él se prismaba), y sin embargo solía sentarse a un lado de Alma y le recitaba con los dedos de las manos unos versos herméticos (una clave de digitación de flauta sobre la cabeza —eran caricias—) le decía algo a su Gran Sordera (la de Alma) que Él-el-Loco se venía con los suyos, que lo recibieran sin juicio doméstico, aproximándose a gran velocidad y sin papeles de nacimiento alguno.
Sin embargo durante aquel verano Ray-Ban le prestaba inusual atención a La Tecno hirviendo con su vestuario de costas: blusas y vinchas naranjas, lentes habano y la bikini de un turquesa-Renault, por lo que Ray-Ban se concentraba en ella como quien se deja encandilar por una casa recién ordenada, y era esa la manera que iba hallando de regalarse un verano con el mayor celeste óptico de nunca. Pero Él-el-Loco con su intemperie asomaba como hijo que de ambos no era, y Ray-Ban lo deshacía en el aire con un movimiento hacia la esplendente variedad cromática de La Tecno, poblada por las telas resplandecientes de su ropa, tratando de habitar esa mirada ciega, polarizada, tras sus lentes de pantera…

Barba Negra: Llamado de la Flechner.

Gemela inexistente de Flush, bascula en un espacio abstracto entre ellos, digita una corola de sonidos alrededor de su cabeza, se constela en su naos con collares de colmillos alrededor del cuello, núcleo de un culto de guijas verdes, así de mineralicia y elemental Flechner se le cae del bolso de playa a Flush, mientras Alma la contempla a Flush como si ella, la de cinco y prima, lo hipnotizara hacia la inminencia del nuevo truco gemelar. Flush le da la piedra verde (su gemela misma en el huevo, todavía sin triscar la cáscara) como bienvenida y seña, y así los tres salen a dar una vuelta a la manzana, los tres —en adelante el trío secundario—: Alma, Flush y la Flechner, por Peralta Ramos, a través de las veredas súbitamente vaciadas de ruidos, ¡un sí a ese trío en el redor del trío primario!

Barba Negra: Mírenlo.

Es Ray-Ban a los buenos años, recibiéndose de risa súpera con Alma, éste se intoxicaba con el estallido de luz de la rambla pero también con la sonrisa deslumbrante de Ray-Ban dirigida a él, a La Tecno, dirigiendo a su vez la nave: el auto por la ruta dos. Ella, sobre la vincha naranja, tenía tatuadas algunas tomas de lucha con Ray-Ban sin que ambos lo supieran (lo sabía el trío secundario, lo de ese tatuaje y luchas), y además de esa revelación marcial, la regulación del auto en la ruta le daba al ánimo de Alma una pechera entera para suspirarse todo, un códice de nuevas sígnicas para llenar otra vincha con otro teatro mudo. Y se unía a esa atracción el redoble del motor en cuarta, la primera asimilación de la sordera a un ronroneo fijado a su velocidad rutera: era ese el mar de Alma. Cruzar las piernas en esas circunstancias, solo y acompañado, en el asiento de atrás del auto, para sostener el relámpago del acontecimiento entre ellos, era una situación que iba en provecho de las mariposas tatuadas en su panza. En cambio sabía muy bien que el órgano de Ray-Ban era el diente, su dentadura entera: cuando mordía un cachete o un bife, se manifestaba su rúbrica de tarascón epocal en Mar del Plata.

Barba Negra: ¡El cerco de la combustio se delinea a puro sol! 

Era Flush a los cinco caminando hacia Alma, envuelta en el resplandor de sus medias blancas. Los dos no se saludaban nunca porque Flechner (entre ambos siempre) los distraía con los únicos sonidos que oían al verse: un barrido de turbinas o un motor de ruta ( = el aterrizaje de la piedra Flechner entre ambos). Ahora si Flush era tan rubia como Alma (los tres de cinco o seis bajo el eucaliptus), Flechner era blanca, casi transparente, hasta palidecer de traslucidez por el esfuerzo de parición. A Alma lo seducía ese encuentro con las dos que le molían a palos la panza entomóloga. Porque todo lo que parecía venir de Flush era igualmente navegable como verano y astronáutica, con el borrón del eucalipto cerca, la fluorescencia de la cápsula de Flechner a punto de germinar entre sus manos (piedra o cristal). Y por incierto que era la carta más convincente que Alma se jugaba a favor de la cercanía de Él-el-Loco, mientras que Ray-Ban con La Tecno lo desplazaban por rechazo a mayor prueba (aun cuando sin él eran Alaska). Pero Él-el-Loco era inevitable: en uno u otro sitio, con la fatalidad de una cena o un almuerzo, se introducía como un torcido por los bordes y ranuras del auto, aún cuando Ray-Ban manejara exorcístico de lociones. Pero era la Flechner (la extra par excellence) quien preparaba un buen terreno para el aterrizaje de Él al preparar el suyo en nuestros puños-con-piedras, y esto con una despreocupación y violento silencio de parte de Alma, porque sabía que serían muchos los contagiados a alumbrar su autocine-desvío para la región. Así como salió Flechner de Flush, así entraría Él-el-Loco desde la maceración paria.

Barba Negra: No importa de qué manera se introdujo esa marcianidad muscular en la sociedad del momento de Peralta Ramos. Con esa manada cualquiera tendría para entretenerse en conjeturas amarillas hechas entre metida y metida al mar: desde la implosión del verosímil sociofamiliar hasta los estallidos de luz sobrenatural entre las carpas. Entran así con sus infranaves para producir la vacancia (y Barba Negra se calla para que hable Peralta…)

Las diez y media de la mañana y llovía sobre toda la costa, con unas franjas de esperanza rosicler sobre el horizonte ultramarino, rayas de oro bajo las líneas del último ciclón, mientras bajo el horizonte se endurecía el espejo del mar por el gris de Su Inclemencia. Ray-Ban entonaba la canción preferida por lo milagroso de su efectismo: “San Isidro Labrador / que no llueva y salga el sol” (lo repetía tres veces, con Alma por una de las veredas más mojadas del barrio… Los autos hacían fssshh sobre el asfalto —el olor a lobo marino cada más violento—, mientras llevaba a Alma de los pies, cabeza abajo, esperando de ese rubio-loca un inicio de cura del sistema de Peralta Ramos —denominado así por los dos tríos—, de manera que colgado de las manos de Ray-Ban se agrandaba y hacía tanteos su sordera milagrosa, su delfín batido).
Hasta ese entonces no se habían visto muchos de esa clase y menos todavía unos que sabiéndolo o no, criaran con esa indestacable paciencia las redes sociales en base a las que harían que lo suyo resonara en todo el aparato escénico: ¿serán piezas de una desevangelización hacia los intracerebros de mar?
En ese verano la sordera de Alma aumentó tres grados hacia la derecha. Luego, en Febrero, Ray-Ban y La Tecno señalaban la aparición de unas tumescencias bordó-azuladas sobre el cuero cabelludo de Alma, lo cual era como decir que ya tenía la cresta (la sintonía). Hacia el final del mismo verano se notaba que sobre su panza blanca, pizarrónica, se encendían unos pétalos amarillos como corona armilar de su ombligo, que era el botón traslúcido por el que Ray-Ban al fin avistaba la nave de Flechner (una piedra de jade naciendo entre dos cuerdas). En cuanto a la sordera —y a la mudez colindante— ya se había logrado que repitiera un alfabeto de signos que remitía directamente a sus movimientos con el estómago combinado al de los pies. A través de ese lenguaje deficitario (según la opinión domesticada de los veraneantes) Alma comenzó a deslizar unas informaciones que no podían sino remitir al Enviado (lo confirmaron Ray-Ban y La Tecno): en cuanto transmitiera a Flechner-Flush, también atraería la periferia de Él-el-Loco.
Hacia el bisiesto de Febrero comenzó a inmovilizarse cada vez más y relataba, a mayor velocidad y riesgo, sus contactos con Flush-Flechner. En concreto habían comenzado a presionarle a Alma por debajo de las axilas para que el agujero del ombligo más se transparentara. Y si además en la oreja —como si poco embrionara— le crecía la tumescencia de un delfín, eso era el indicio sellado del tramo final hacia el milagro total de la escucha del ombligo (sólo esa escucha, votiva y cónica): a mayor concentración en la audición umbilical (omphalós, aerolito), más pistas para el aterrizaje del trío secundario: Flush-Flechner-Él el Loco: la créme de cualquier X invasiva.
Entonces lo llevaban al borde del mar a ver si su cresta sintonizaba con sus pétalos del ombligo, a ver si era capaz de traer más importaciones del exterior a Peralta Ramos. Mientras los chicos y demás coceaban con sus padres por debajo y sus madres encima, Alma, impasible sobre ese flipper lleno de pelotas y frisbys, era colocado en medio de las laminaciones costeras y escuchaba, por la vía de su tocado en la cabeza (la cresta bien erizada), el tocado petalescente de la flor en su panza: les hablaba luego a quienes supieran comprenderlo por las señas ( = por la entraña). Pero aún a esos dos —Ray-Ban y La Tecno— no les comunicaba nada. Y sin embargo asentían (con tal de inventar su comprensión del sistema), aunque Alma ya improvisaba sin alfabeto ni meta traducibles, atado al vestido de Flush, a la piedra verde de Flechner, improvisaba hacia Ray-Ban un Peralta Ramos de epopeya planetaria y desatada. Su ignición era vasta y sondeaba su cielo estrellado a pleno día, estudiaba sin erudición el liso laboratorio de mar y firmamento. Porque de paso un trazo: a la noche también lo llevaban a la orilla y si lo dejaban atado a un palito hasta el mediodía, boyando boca arriba sobre las lamidas de la espuma, volvía de esas unciones con una independencia tal de reino y ánimo que a cualquiera enriquecía o empobrecía —según—. Y allí Ray-Ban y La Tecno lo tocaban con ansiedad de adictos, se traducían a sí mismos los informes a través de su piel expresiva: dermomantes se ilusionaban contra los tatuajes extraterrestres sobre el cuerito de Alma (“le tiraban del cuerito”: le extraían las marcas de unas palabras invictas).
Y empezaron a hacérseles visibles los volcanes: unos montoncitos de arena por los niños “jamás hechos”, eran hormigueros prolongando el hormigueo de manos incógnitas. Decía Ray-Ban que en los volcanes, Alma tenía que ser encajado justo encima del cráter pítico, deteniendo aún más el espejo cóncavo del océano, por obra del vapor vegetal que le entraría por el tercer ojo del culo, que Alma fuera puesto allí al anochecer con Ray-Ban apretándole el eject de la axila y la Tecno prensándole las fosas nasales: momificándolo sobre la arena, en ese reviente-hacia-adentro de la respiración sobre el espejo percutido, sin olvidar la acupuntura dactilar en el axe (más el vaho entrándole hasta la cresta e izándola). Así Alma despertaría como nunca y por shock al limbo del ombligo: maëlstrom en las entrañas del pez en el que Alma, de poder, se convertiría.

Barba Negra: Léase El Empalme, ¡dígaselon!.

¡Psssifffff! Alma a los mismos seis de siempre, habíase visto ante unas tiras de papeles metalizados de pie, actuando un santuario portátil frente a sus ojos casi redimidos (sus pestañas largamente genuflexas), no sé quién le habría puesto en el pasillo del Hotel Al Ver Verás, antes de llegar a Peralta Ramos, quién le diseñó en el rincón de ese pasillo con corte de luz, ese envío de zoomorfosis animé sobre las constelaciones de marmolitos blancos en las lozas del piso, una formación de marcianos de colores brillantes y metalescentes moviéndose en su practicable de mínimos: viboreaban erguidos en su aislado rincón de licnomancia, encendida la miniatura de ese retablo para su confiada lente (una poética del bien). Esos extraterrestres se redecoraban solos sobre el embaldosado del rincón: se movían pero más arrojado es decir que se retorcían hacia dentro-fuera, hélices con una gran maravilla de realidad escénica. Poco a poco y sin darse cuenta, Alma empalmó ese mobiliario ínfimo con la trenza de su ombligo al comparar esos marcianos, su retorcijo, con la espira umbilical de su transformación hacia el agua, qué parecidos esos papeles a la flor de panzer de Alma. Él no pudo contener para sí solo (para su estómago y pies) el desborde de esa muestra, así que corrió a contarle a Flush la calidad del hallazgo en el pasillo. Se la encontró a la vuelta y bajaron y la emprendieron contra el mapa duro del puerto, con ganas de echarse a morder el pasto allí donde terminaba el asfalto. Como Flush era su prima que jamás huiría del trío secundario y menos de Él-el-Loco (participando de él como vértice), sabía también lo de las cintas metálicas (su aptitud profética para ambos) y le preguntó a Alma qué le dijeron.
—Lo de las gemelas —raccontaba el Alma—: vas a darme la piedra en la que viene Flechner para aliarme a ella en el Bosque y dejarlo pasar a Él.
—¿Ya aterriza?
—No lo dijeron. Pero sí que en su órbita avistaron los dos bañistas de cobre, la gaviota negra, más un hidroavión de mercurio tajeando la página, partiendo el mediodía en dos, con un cartel detrás: “Familia de sinclase en Mar del Plata, en alpargatas”.
—Él-el-Loco como nunca — interpretó Flush.

Como ya sabemos viajaban en el verde autocar de siempre y La Tecno tomaba clases de refinamiento costero (ramblas virtuales en la península itálica) para calmar policías con exabruptos de ruta: “¿Qué quiere, mi General?”, bromeaba inocentemente con algún Cabo de cerebro raleado y le pedía que por esa vez hicieran la excepción (por el apuro, por el culebrón en puerta) que no revisaran al niño que llevaban porque con semejante belleza seguro que él no era quien portaba las señas fusiformes de esa tierra que no debía, no General, pasar la frontera (le disimulaban la cresta de pez con un gorrito de Kodak, la panza fluoral con dos remeras superpuestas). “Noooo: él no es el marciano que busca”, volvía a bromear mientras Ray-Ban, con su sonrisa desmedida a favor de más complicidad fachista, aceleraba a veinte por hora: se iban del puesto, a ochenta, a ciento cuarenta, ciento sesenta… y otra vez las remeras que volaban, aleteando contra la panza, mientras Flush aparecía de nuevo en el asiento de atrás, como si la puerta la entreabrieran al dejar entrar la velocidad del viento entraba Flush a sus tetillas, a sus delfines íntimos, afuera.

Barba Negra: ¡Lloooren chicos llooreen!

Estaban atando a Alma al mangrullo del balneario Tiraboschi a las ocho del anochecer. Por fin Alma iba a descolgar a Él-el-Loco de su mera inminencia de pera de más del olmo, la que no se le podía pedir al árbol (genealógico incluso), pero que dió, vino igual: la pera sin rama de la que colgar y sin genealogía que la soportara. Venía para asistir con su barbarie al casamiento, en el Bosque, de Alma con Flechner (de manera que a Él más se lo convocara, hasta que naciera). El enlace lograría además una garantía de tridimensionalidad itinerante para todos: pasarse otro tiempo más pariéndose entre sí de un lugar a otro del espacio, importando más de esos todos fragmentarios.

Barba Negra: Véanlo.

La noche que Alma había sido amarrado al mangrullo, Ray-Ban y La Tecno se dedicaron a jugar al punto y banca en el casino. Ya no podían contar con la facilitada, natural libertad de carácter de La Tecno para ausentarse de réplica o auscultación policíaca. A esa altura de Febrero ya se los veía muy extraTierra, canchereando esa tarjeta de presentación para ellos inconciente, asociables a los pocos vistos antes debido a cierta extranjeridad que cantaba sola por el ropaje y el garbo, el acomodarse a sus poses de relax ambiguo (el entre paréntesis de sus aspectos) y el lenguaje que se les caía de la boca y ya no se entendía. Pero como les preocupaba ante todo la posibilidad de tener mucho tiempo para de una vez perderlo (y ver venir el algo de ese resto), ya no resistieron tan lozanamente la detención de la que fueron víctimas al ser llevados a un salón privado del Hotel Provincial, pinzados de los codos por dos custodios con camperas rojas. Mientras a Alma se le encendía pétalo a pétalo el ombligo (azul, azul y azul) sobre el oleaje del balneario Tiraboschi (cada vez más pez que rubio-loca), Ray-Ban y La Tecno sufrían un cuestionario de clase en una sala alfombrada del Casino:
—¿Cómo se llaman? ¿Dónde viven? ¿En qué hablan?
Y las respuestas repetidas por los dos: “Mimbre blanco” (y es que ya no podían mentir).
Mientras tanto, echando espuma de luz negra sobre las olas, Alma sentía que Él-el-Loco era la única garantía del virtuosismo de su sordera (de toda la apuesta que implicaba en su casino espacial), aun incluso de su mutismo contra el lenguaje y otras trabas. Sentía las caricias y el tamborilleo morse de Él sobre su cabeza transformista, como el último alfabeto digitado por las olas: lleno de mediotonos intraducibles, focos de más enroscamiento umbilical y navegaciones: su devenir-pez para ser escudriñado como Destino. Lo que para La Tecno y Ray-Ban se había centrado en la operación “Mimbre Blanco”, para él se ejecutaba magistralmente en la operación “Barba Negra” sobre la periferia loca. Un final con sinfines se preparaba en la dos tríadas: la barbarie. Porque “Barba Negra” era la jugada de los extraTierra que desaparecían para no volver más a sus regiones de parto, ya sin triángulos de proliferación y ofrendados a un sempiterno “ir” fuera de ladrillos, lejos de las formas de reproducción por variable y plural que se manifestara.

Mimbre Blanco (habla Ray-Ban).
¡La Tierra vuelta el planeta de los alumnos!: los informados, ¡los enlazadores! Más sus justificaciones que arruinan la batalla: el campo. Se les pone el mantel del almuerzo y ya comen de su enjundia y de su valor a base de carácter sincero: impostados que pagan el “cómo le va” del impuesto al denominador común máximo: no creer en nada pero sostener el ur-credo. Y Mimbre Blanco: creer en todo (menos en los alumnos, y en sus almuerzos) preparando el embarque en el puerto del Bosque: Alma-Flush-Flechner, mimetizados con las actividades blancas, casi invisibles de los carperos.
Oíd, normales: desafiamos los dedos índices de cada enlazador y el lazo de hilo puesto en los dedos que recuerdan todo menos la memoria.

Barba Negra (habla Él-el-Loco).
Primero lo primario: no sé qué más hacer con estos viajes ni si los quiero ni si aguanto sus empalmes. A cuantos hemos hecho venir hacia la vacancia y marchar en los destríos: ¿qué usufructuaron para abandonar la ilusión de la nada tras perderse? ¡Hacen filas de nuevo en las aulas, en las farmacias!
Segundo el vector barba (la barbarie): a mí se me operó para tenerla, porque salí de esas carpas cada anochecer bajo la forma de un anfibio que se detenía unos pasos detrás de quienes la enfilaban hacia el vestuario, agarrado por los brazos de un pulpo que empezaba a comunicarse (¿desde las olas?). El anfibio se atrasaba por si algo se le acabara de mostrar en la huella dejada en la orilla, en la espuma: el rastro de unas ventosas auriculares. Entonces el niño no seguía a sus comandantes hacia las duchas: se quedaba, ¿o dirán que la barba se opera siguiendo a esos reblandecidos por las chanclas (secuestradores y padres)? ¡El Craken no espera ni retorna!
Tercero: Peralta Ramos y los desTríos: ellos pertenecen a unos restos de relato por escribirse (ellos y sus paisajes melódicos), pero no el relato desnutrido de fuerza por principio de pericia al evitar tocarse.
Cuarto: una vez Alma convertido en el absoluto desperdicio, salió por la red cloacal de Mar del Plata vía Camet hacia el mar. Era un pez flotante y laminado, el más brillante y encrespado sobre la quietud del agua, él mismo una nave que se internaba por el espejo irreflexivo, oscuro como barba otomana ante ese plano de evacuaciones.
El relato diría (y dejo hablar a La Tecno para demostrar lo fácil que es finiquitar cualquier acting literario):
…..En la ciudad balnearia dejaron de ver a ese clan que desde hacía días los rodeaba con sus operaciones en diapo, sustentadas en un encuadre de pose contorsionada, doctorales en lo inapelable de sus pariciones. Verlos no los vieron más pero en muchas casas (como ocurriera con las germinaciones del pasado) en diversos rincones de placards y en bordes de bañeras (si no les daba el sol), aparecían mensajes a la vista de los más pequeños, al menos ante aquellos que hacían gala de corazonadas o vistazo al rincón. Fueron esos terrícolas los que señalaron los nidos aparecidos, manchados de hongos negros, y se los mostraron a sus padres que los limpiaban de inmediato. Docenas de diminutos ritos así (lisas y llanas invasiones de practicables) fueron encontrados en vértices de las casas de Peralta Ramos, ritos de hormigas, de papeles vivificados ante una linterna, para quien los supiera alumbrar. Más cierto aún (pero todo es real) es que en otra playa de ese mar, los extraTierra esperaban la llegada del Pez o IChThYs sobre el que adivinarían, vía entraña, las líneas de sus próximas “X” invasivas…

 

Khatarnak y Khabandar
de ¡Santas incubaciones!
-siete no-relatos-
Buenos Aires, Hekht Libros, 2017

 

1* Este informe va con las siguientes referencias:
—Alma: hijo de Ray-ban y La Tecno.
—Flush: prima de Alma.
—Flechner: gemela inexistente de Flush. También su madre imponderal. —Él-el-Loco: el que va a entrar a través de los dos tríos, también a través del destrío de ambos.
—Peralta Ramos: el barrio balneario que estalló en los años 60 y 70 en la ciudad atlántica de Mar del Plata.

El Evangelion según Khatarnak y Khabandar

por Gabriel Catren

¿Qué relación entre la zambullida de Narciso – su delfinización – y la pasión de Cristo – el revuelo astronáutico de su anunciación (“su estrella era tan extraviada de curso que chillaba de alegría”)? ¿Es la familia especulativa suficiente – la Trinidad: un Padre (la engendrante “sobreabundancia de su suavidad”), un Hijo (un Alma, finita, lanzada – triple salto mortal – a la autonomía de su desligación), un Espíritu (una comunidad: ¡habrá banda!) – o no será necesaria una familia más numerosa, menos abstracta (con prima y gemela imponderal y… ¡hasta una madre!) – todos “pariéndose entre sí” –, una familia dotada de más intercesores (la que cataliza los procesos de extra-terrificación, la que a fuerza de “traslucidez por el esfuerzo de parición” señala y entorna los portales, la que despliega como alfombras las pistas para las “infranaves que producirán la vacancia”, la que llega – mineralicia y elemental – en el huevo de su piedra verde para aliarse en el Bosque, el que adviene con los suyos, inevitable, con su intemperie, a gran velocidad, introduciéndose como un torcido por los bordes y ranuras, desde la maceración paria), una familia de vacaciones, absuelta de los “juicios domésticos”, ya implotado el “verosímil sociofamiliar”, asomándose nonchalantemente en las costas de la plata especular… y hasta dos tríos tal vez, para hexagramatizar la hidrodinámica del despegue? ¿No serán necesarios más niñoides para extraer la flora y el fruto de la pasión – más ronda y menos cruz –, más criaturas soportadas y transportadas en su trío secundario por unos adulteros que al volante sobre la dos (“a ventanilla abierta algodón que aletea”) desvían (blandiendo sus esplendentes variedades cromáticas) a las policíacas de “cerebros raleados” y contrabandean marcianos, juegan al punto y banca en el casino con “sus poses de relax ambiguo (el entre paréntesis de sus aspectos)”, carretean en la operación “Mimbre Blanco: creer en todo, preparando el embarque en el puerto del Bosque”, polarizando los “paisajes melódicos” de normalidad Ray Ban – la que prohibe el rayo rosa, la que filtra el deslumbre enteogénico del imperio solar (Alma se intoxica con el estallido de luz de la rambla) –, entreviendo (“a esa altura de Febrero ya se los veía muy extraTierra”) que la religación – el Alma que se renchufa al Pleroma (¡la cura!) – se umbilizará por las vías infantes o no se hará?

¿Qué alianzas entre el sacramento narcótico floreciendo desde la inmersión y la rosa en la cruz de su presente encarnación? El Alma se observa en el primer estadío (el reflexivo: la solarística: no ya al borde del estanque sino orbitando por sobre – ya cayendo hacia – el mar de plata) – “en especial era el agua detenida lo que lo detenía”: el speculum –, Alma que cuida y goza de sí: narcisismo egofánico de la que se sabe ícono viviente de la que engendra (alegría y cosquilleo frente a su propia majestad), Alma que entra de a poco en la “sordera espacial”: (s)he put the helmet on para transmitir desde la infra-lengua, comenzando a embrionizar, sintonizando con su cresta (tumescencia delfinar), abriendo la “audición umbilical” (la petalecencia amarilla en su panza fluoral, la tatuación de los informes extraterrestres en su piel expresiva), hacia la ignición que era vasta – despertando hacia los limbos del ombligo –, “epopeya planetaria y desatada”, caída libre en los cielos de Laniakea. Finalmente – segundo estadío, el inmersivo: la nautílica –, asoma la muda (“zoomoforsis animé”), empalmando “la espira umbilical de su transformación” hacia las aguas vivas y aéreas, encendiéndosele “pétalo a pétalo el ombligo”, ventilando en la brisa costera las palabras del Profeta: “verse surgir un delfín iridiscente un arco iris de delfines un delfinado aéreo o irisado un arqueado delfín”. Y “¡al agua pato!” o el Alma infante puro disfrute del Narciso-chapuzón – “¡y el delfin! soltándose” –, pasando del otro lado del espejo, “era un pez flotante y laminado, el más brillante y encrespado, él mismo una nave”, embebiéndose en el medio irreflexivo – Alma dada vuelta por la mareación: expuestas sus entrañas en la adivinación –, siendo ella misma (ahora) la que adviene con su gracia, “en otra playa de ese mar”, IChThYs (un Cristo anfibio) – que no baja del cielo: salpotea del mar, – ¡desliza con su tabla por montañas de agua! (Mateo 14:22-33) –, para uncir con el amor que religa a “los que esperan de ese rubio-loca adelfinado un inicio de cura”. ¡Haux!

 



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