Poesía mínima, un acercamiento a la obra lírica de Emmy Hennings - Zancada
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Poesía mínima, un acercamiento a la obra lírica de Emmy Hennings

por Celia Caturelli

 

Emmy Hennings (1885, Flensburg, Alemania – 1948, Lugano, Suiza) abandonó la casa paterna siendo aún muy joven y vivió una vida trashumante y precaria como artista de teatro, cabaretera y performer. La libertad sexual y lo que hoy definiríamos como el poliamor fueron normas de vida durante su juventud. Su adicción a la morfina en sus años juveniles revela una búsqueda de la Unio Mystica que culmina en el año 1920, con su conversión al catolicismo. A principios de siglo, atravesando el país a lo ancho y a lo largo y actuando en diferentes teatros y cabarets, entra en contacto en Berlín y München con los artistas del expresionismo. En este período, actúa con Claire Waldorff y comienza a escribir. En München conoce a Hugo Ball, quien fuera más tarde su marido y quien la apoyó y estimuló siempre como escritora. En 1915 ambos se trasladan a Zürich, en donde el 5 de febrero de 1916 fundan con otros artistas el legendario Cabaret Voltaire, que funcionó como tal durante solo cinco meses y marca el nacimiento de lo que los mismos artistas acordaron en llamar Dadá. Las salas de Zürich servían como club, pub, galería, teatro; y en ellas creció este movimiento de corta vida y larga resonancia. La idea central de Dadá de romper con la tradición y afirmarse en el presente nace del trauma de la guerra y el vacío después de la destrucción. Este vacío, tabula rasa y página blanca a la vez, hicieron posible el comienzo del arte como concepto y el de las formas abiertas e híbridas. El experimento entre los distintos géneros como estrategia creativa y el trabajo grupal, diríamos hoy colectivo, son otras de las características de este último movimiento de las vanguardias de la modernidad.

Dentro de este contexto, la obra de Emmy Hennings -redescubierta por medio de una brillante publicación de su Obra Lírica Completa en Wallstein, Göttingen, 2020, a cargo de Nicola Behrmann y Simone Sumpf- adquiere una nueva dimensión; sobre todo, teniendo en cuenta que la poeta era considerada la “musa” del Dadá o, lo que es aún más significativo, un “genio erótico”, según las palabras de Erich Mühsam (debería pasar todavía un siglo hasta que fuese posible el MeToo). Estos clichés se esfuman cuando el lector se entrega a su poesía. Estamos ante poesía de metro y rima regular, de aparente simplicidad y purismo convencional. Nada hay del énfasis expresionista en la poesía de Hennings, ni de las exuberancias o certezas de un yo poético que se pone en el centro como demiurgo o “la voz de la tribu”. Por el contrario, la forma mínima de la poesía de Hennings está sustentada por una voz lírica que establece una distancia entre las palabras y lo que ellas designan. Hay un tono coloquial y por momentos descriptivo que, sin perder la musicalidad del cuerpo poético, revela una contemporaneidad sorprendente. No hay que olvidar la cercanía de la lírica de Hennings a la Chanson, al Volkslied –la canción popular- y la liturgia católica. Hay que también tener en cuenta que la poeta misma interpretaba cantando muchos de sus poemas en las tertulias de cabarets o teatros populares donde trabajaba; y esta cercanía al género efímero, como el de la chanson, le otorga una dimensión de franqueza e intensidad a su obra. Siguiendo al poeta Joan Margarit se puede decir que “para poder hablar de intensidad, el sentimiento ha de precipitar con la razón como catalizador […] La poesía tiene que ser exacta y concisa”. El yo lírico de Hennings se ubica tras las palabras y busca el silencio: “No soy mis palabras, /¡Oh, si pudiera estar en silencio!”; sabe que la poesía nace del silencio –“Oh palabra para callar que nunca me abandonó /¡Que siempre me señaló extraños dominios!”-; y no ignora que el silencio evoca la búsqueda del “Nombre”, en tanto búsqueda de Dios, y de la Poesía como Verbo: “¡El sin Nombre! Sálvame /Líbrame de los nombres/ […]¡Libérame, palabra viva!”.

Los temas que definen la lírica de Hennings son las experiencias límites del ser humano, como el hambre, la pobreza, la adicción, el exilio; y sobre todo la inagotable y permanente búsqueda de Dios. En muchas de sus poesías encontramos ecos con ironía y humor, del ámbito del cabaret y de la vida nómade de artista que ella tanto amaba. Una profunda melancolía acompaña sus poemas, una inclinación y búsqueda del mundo desde el amor como único hogar posible: “¿Vives tan profundo, pequeño mundo? Me enamoro de ti /Donde quiera que estés:/ Una vez que cruce tu umbral./ Entonces estaré contigo y te preguntaré tiernamente:/¿Eres el hogar? ¿ Me acogerás?”.

Emmy Hennings publicó tres poemarios: Die letzte Freude (1913) (La última alegría), Helle Nacht (1922) (Noche luminosa) y Der Kranz (1939) (La guirnalda); la novela Gefängnis, das Haus im Schatten (1919) (Prisión, la casa en sombras) e infinidad de poesía y de textos poéticos en numerosas revistas y periódicos. La muerte de Hugo Ball (1927) marca un hito en su vida y en su escritura, ya que a partir de esta fecha Emmy Hennings se concentra en hacer conocer la obra de Ball -El camino de Hugo Ball hacia Dios (1931), por ejemplo-, y en expresar la Fe que la guiaba -El camino hacia el amor. Un libro de ciudades, iglesias y santos (1926). Se dedica, además, a la recopilación e interpretación de leyendas, tal el caso de El paraíso terrenal y otras leyendas (1945). La concisa y liviana poesía, entre chanson y mística, había ya cumplido su ciclo.