¿Quién es mi cumpa?
por Ignacio Vázquez
dibujo y acuarela por Jorge Omar Viera
El senegalés, marcadores Posca y tinta china sobre papel A4 de algodón rústico
Un hombre iba caminando por la 197 a varias cuadras del cruce con Panamericana. Iba a la parada del 303, cuando poco antes de llegar a la esquina de Oncativo, una patota lo interceptó, le robaron lo que tenía y lo golpearon hasta dejarlo desmayado en la vereda.
Al rato, pasó un porteño que venía de su barrio privado. Detuvo su auto y miró al hombre. Evidentemente era alguien dejado a su suerte, era el prójimo del que tanto había escuchado hablar, pero… ¿lo ayudaría? Adornado con un crucifijo que había comprado en la parroquia del Socorro, el porteño dijo en voz alta:
“Éste es el resultado de 12 años de barbarie. Este choriplanero que cayó en la escuela pública tiene su merecido. ¿Dónde estabas vos cuando era el conflicto con el campo? ¿Leés La Nación? ¿No contestás? Claro, ya estás bien untado, ¿no? Capaz que sos uno de los que entró al country y mató a mi hijo. ¿Por qué no? Todos tienen la misma cara y esa inclinación congénita al crimen. Me gustaría ayudarte, pero si te doy la mano, me vas a comer el codo”.
Y siguió su camino.
Al rato, pasó un bonaerense que venía de una asamblea barrial en Sol y Verde. Miró al hombre. Miró para todos lados, a ver si alguien más veía lo mismo. Nadie: estaba solo frente al hombre desmayado. Sabía que delante suyo estaba el otro. ¿Qué hacer? ¿Le correspondía a él o al Estado benefactor? Adornado con una pancarta de La Kolina, el provinciano dijo en voz alta:
“Esto con Cristina no pasaba. Este es el resultado de la traición al pueblo, de la traición a los ideales de Perón y Evita. . ¿Dónde estabas vos cuando escrituramos tierras fiscales? ¿Escuchaste algún discurso de Néstor? ¿No contestás? Más vale, vos apostaste al cambio, ¿no? ¡Para el pueblo lo que es del pueblo, papá! Capaz que sos el mandamás que dejó sin laburo a mi viejo. ¿Por qué no? Todos tienen la misma cara de garca oligarca y ese berretín congénito por la guita y el estatus. Me gustaría ayudarte, pero la grieta nos separa”.
Y siguió su camino.
Al rato, pasó un muchacho de zona norte, que venía de una feria de editoriales alternativas. Miró al hombre. Miró para todos lados: ni cámaras ni micrófonos. ¿Sería redituable ayudar a alguien sin que nadie lo supiera, sin cargar las tintas contra el capitalismo omnipresente? Adornado con una boina y una remera con la cara del Che, dijo en voz alta:
“A esto te llevó tu mala conciencia burguesa. Atacaste la revolución y así te fue. ¿Dónde estabas vos cuando cerraron fábricas y hubo represión a los obreros? ¿En la corriente clasista y conformista? ¿Leíste Para leer el Capital, escuchaste algún discurso de Altamira? Estoy en contra de que no contestes y cuando me contestes, también voy a estar en contra. ¿No contestás? Claro, vos apostaste al estalinismo de derecha, ¿no? Seguramente sos el filisteo burgués que defiende la familia, la propiedad y la religión. ¿Por qué no? Te digo más: tenés cara de obrero, pero tu mente sigue siendo burguesa, tenés la tendencia congénita a la traición de tu propia clase. Me gustaría ayudarte, pero con el primer cargo estatal nos traicionarías”.
Y siguió su camino.
Al rato, pasó una chica proveniente de Rosario. Venía del Encuentro de Mujeres Originarias, Mestizas y Afrodescendientes. Miró al hombre. Bah, habría que problematizar la propia percepción, pero no había nadie con quien consensuarla. Sí, aquello era un hombre. O como dijeran los policías, un masculino. ¿Será que realmente fue agredido y está desmayado? No te creo, hermano. Adornada con un pañuelo verde y un poncho de bambula comprado en la feria de Otavalo, dijo en voz alta:
“¡Éste es el resultado de la violencia patriarcal-cis-facho-falocéntrica-machista! ¡Todo vuelve! Cosechá lo que sembraste, machirulo. ¿Dónde estabas vos cuando golpeaban a tu vecina, cuando secuestraban a la chica de la cuadra, cuando hacíamos marchas para que fuera ley? ¿No contestás? Claro, no sos capaz de deconstruirte. Seguro que sos el típico machista que nos ofrece el asiento, ya que somos el sexo débil. ¡Débil, los ovarios! ¿Leíste, por lo menos, la contratapa de la Teoría King-Kong? Te digo más: tenés la típica cara del depredador sexual que nos acosa por las redes. Me gustaría ayudarte, pero tu condición masculina y caucásica me la baja”.
Y siguió su camino.
Al rato, pasó un poeta. Venía del Festival de Poesía “Versos para el Universo”. Miró al hombre. Resopló, con hartazgo. La fealdad del mundo no tenía límites. ¿Qué hacer frente a un hombre desmayado, que no tiene las condiciones necesarias para terciar en una tertulia? ¿Preguntarle, por ejemplo, “vos también escribís”? Adornado con su propio ego, dijo en voz alta:
“Esto es consecuencia de la prosa, de la prosa del mundo. Hummm…De la fealdad. Hummm… ¿Dónde estabas vos cuando escribíamos haikus y haikumbias? ¿Leíste mi libro? Veo que no contestás, pero no me importa: la poesía es eso, lo inefable. Me gustaría ayudarte, pero por fuera de la poesía, no puedo entender el dolor”.
Y siguió de largo.
Por último, pasó un senegalés. Venía de vender relojes por la calle. Miró al hombre. No dudó, ni se puso a pensar: se acercó y le limpió las heridas con su pañuelo. Lo levantó, detuvo un taxi y lo llevó a su casa. Allí, lo ayudó a curarse y le preparó una sopa de verduras.
Cuando el hombre golpeado despertó, se dio cuenta que aquel hombre que lo había auxiliado era negro. Pero- siguió pensando- ese extranjero lo había ayudado sin juzgarlo ni preguntarle nada; eso era, al fin y al cabo, lo único verdadero.
El hombre golpeado abrió los brazos, al tiempo que le decía al senegalés: -¡Vos! Vos sos mi cumpa.