Reinos Híbridos - Zancada
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Reinos Híbridos

de Héctor Velázquez Gutiérrez
por Valeria Melchiorre

 

Supongamos que somos niños. Supongamos nuestra habitación apañada por muñecos: algunos se agazapan en los rincones, reposan otros en las repisas, o dormitan contra el cristal de la ventana. Los más osados o queridos, encargados de atizar nuestros temores, permanecen apoyados en la cabecera de la cama, velando por nuestros sueños, respaldando su distorsión hacia la pesadilla. Si basta con esto para el surgimiento de lo siniestro, imaginemos que esa ternura dificultosamente emanada muta, y que los otrora personajes amigables asumen una fisonomía entre deforme y agigantada. Que son sus alteraciones o demonios, especialmente sus interioridades, las que salen a flote desde un sustrato anterior a nuestra visión domesticada, desde un agua oceánica, visceral o amniótica. Lo unheimlich se aprovecha aquí de un imaginario de la infancia, levemente regurgitado en ciertos giros ingenuos -esas formitas redondeadas a lo Miró, llevadas al volumen y pululando- o, especialmente, en la reapropiación del tejido con ganchillo, la apariencia preferida de Héctor Velázquez para revestir sus piezas. Algo de esa reminiscencia niña viene de allí, de esa textura que las abuelas nos legaban y de la que gozaban muchos de nuestros juguetes, sumada, por qué no, al vasto imaginario de las animaciones sofisticadas, que enlazan variantes clásicas de monstruos con hipertrofias digitales de una reciente ciencia ficción.

Almohadas espeluznantes, decoraciones estrafalarias -el “coral roncante” trae, y esto es notorio, un aspecto de fleco o de borla de cortina, de tapicería fina y estilizada-, o incluso souvenirs artesanales de un pasado prehispánico, de esos a la venta en ferias, en esta versión de factura impecable y amplificados, prolija a la altura del mundo del desarrollo, son estas esculturas que no han llegado al estatuto de tal pero que lo son, definitivamente, por ese ablandamiento que lo rígido ha sufrido en este abismo de la modernidad. Joseph Beuys, indeleblemente inscripto en esa geografía berlinesa que el mexicano Velázquez recorre a diario, ha abierto el juego de la materia abundante, del usufructo de lo textil, que aquí se maximiza. Esa es en efecto la técnica más tangible, aunque sea indistinto el lugar de origen de la materia, su índole mineral o la resina que se utiliza, porque la búsqueda recae en una reorganización de las condiciones microscópicas del universo, en su mecanismo biliar y viscoso, terrestre o subacuático, y en la contagiosidad de sus términos. Darle un devenir industrial a lo natural profundo le resulta a Velázquez imprescindible. Asimismo, algo de los objetos/sueños de Louise Bourgeois parecieran aquí realizarse; o una figuración con dejos surrealistas a lo Dalí; e incluso, esa geometría curva con que Gaudí defenestra la ubicuidad de la línea recta. Lo que sucede es que estas ominosas criaturas de Velázquez arrastran con ellas, no ese pulsional modo del sueño de la razón, sino un aura donde la ciencia ya se ha impuesto, una hibridez cuyo punto de partida no se sabe cuál es y tampoco el de llegada. El “alga órgano” no acaba nunca: además de sus filamentos -ni vesículas ni rizoides-, con apéndices conectores al aire-ambiente, están esas dos manos de humano soporte recibiendo o absorbiendo, sosteniendo o abrazando, incluso lanzando o vomitando su dimensión protuberante. La reversibilidad del afuera y del adentro, un continuum de cinta de Moebius, es clave en la obra de Velázquez, porque el hombre recibe a la tripa o al tumor en él confinado como a una inherencia de la que hay que horrorizarse, una expectoración, o un engendro indeclinable. El “mirlo pólipo” es a la vez pájaro de mano humanoide y dadivosa, y tumor malformando una armonía previamente consagrada: la del mirlo que no está en ningún lado, salvo en ese negro de la juntura que une y espanta, tenebroso. Unas manos rojas, como enguantadas, reciben y eyectan sus garfios en las “epífitas plantas”, no tan parasitarias ni perjudiciales: ¿adherencias o hinchados apéndices con tentáculos? Ignoramos el principio y el final de estos reinos, colonizándose unos a otros, succionándose a partir de sus ventosas; si se impondrá su tesitura androide, animal o vegetal; si la terrestre o la marina; lo benigno o lo maligno; lo punzante o lo invaginado; lo sintético o lo vivaz: ¿cuál de estos trastornos tomará ventaja? Las esferas culturales, igualmente interpenetradas, prestan su atención a ese mundo de lo infrahumano que nos ocupa tanto por estos tiempos, a sus intenciones ni siquiera sospechadas.



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