Sensatez (fragmentos de la novela)
por Guillaume Contré
[…] Después, se imaginó un velero atravesando el agua. Le pareció que, puesto a atravesar, más valdría el mar. Pero no siempre podemos atravesar lo que queremos, se dijo. Atravesar de por sí ya está bien, concluyó. El mozo viejo, irrumpiendo de la nada, dejó el cortado sobre su mesa. Un poco de líquido se había derramado en el platillo. Una laguna reducida a nada, que no se podía atravesar. […]
[…] A menos que la revelación sea justamente la de la inutilidad de toda revelación. Entonces, ¿qué? Entonces, nada. Ahora que por un efecto de inmovilidad el mundo se mostraba al desnudo, libre de secretos, malentendidos, doble sentidos y vaguedades peligrosas, ahora, bueno, ahora uno podía por fin dejarse llevar por la felicidad de lo neutro. Una vagancia. Una laguna, donde nadar a gusto. Ya no hay nada que atravesar. Con lo que ni siquiera se nada, solo se patalea. ¿Y eso es mejor?[…]
[…] Lo procaz del lenguaje. El cable a tierra: el ruido producido por el cuerpo, lo concreto del lenguaje, abstracto de por sí. Un cuerpo existe, ocupa espacio, y entonces habla. El habla, fuera de un cuerpo, no existe. Considerando esta afirmación un poco expeditiva, Federico sintió el impulso de probar si podía hablar fuera del cuerpo.[…]
[…] Y una viejita que lo miraba vidriosamente y estaba a punto de preguntarle algo que al final preguntó. Una pregunta tragada por la mirada de un perro que se hizo astillas, pedacitos, mientras el hombre que tenía al perro atado no miraba nada. Pero los ojos del hombre eran como pozos dispuestos para tragarlo a él. Salvo que él, Federico, quería salir del pozo. Agarrarse de los bordes.[…]
1 Pre-textos, Valencia, 2019.
Las finas hilachas de la obstinación. Acerca de Sensatez, de Guillaume Contré
por Carmen Iriondo
Una mirada vidriosa hace pensar en la muerte y pone una iluminación teatral en la extrañeza, el desconcierto y a la vez lo cierto de la repetición que estructura la realidad de un devenir de alguien. Ese alguien-Federico, colgado del aletear de la duda, sale del trance y camina las rectas, las curvas y las esquinas de su vida buscando carcomer la reiteración mediante la magia de un pensamiento que actúa eligiendo lugares y personajes con rasgos en común. Atraído por la idea de la sensatez, Federico se mueve sin importarle; varias veces “no le importa”, pero por algo lo dice… El lector, ya fascinado por este mundo, se identifica con esa forma de ser atrapado por el goce de un pensamiento que no se puede sacar de la cabeza, que analiza el tiempo y el espacio, con chispas de ingenio y profunda inteligencia. Mujeres con flores, hombres con corbata, viejitas, deportistas y algún perro que otro. De pronto las estatuas heladas dan lugar a la aparición de un destello en los ojos de un mozo: Federico se mira en ese espejo y se paraliza. Pero no le importa.
Una urdimbre se entreteje mientras el mismo tejido descubre que los lazos pueden enmarcarse. Nace la esperanza de aceptar contradicciones, de ejercer el rechazo y a la vez la atracción, de aceptar agujeritos e imanes, el exceso y la falta, el aplastamiento del peso del sentido que se impone a pesar de todo. El talismán de la “sensatez” ligado a la presencia del nonsense nos regala una novela destacable y sorprendente que apunta al corazón que late, bombea, alimentado por calles de venas y evitando los embotellamientos de sangre. La ciudad existe poéticamente en la ausencia de su presencia. Dan muchísimas ganas de caminar por ella del brazo de alguien tan atractivo que logra hacernos creer que no le va a importar.