Todos tenemos un William
texto de Diego Sasturain y obras de Laura Códega
Galán moderno, 2022. 70 x 20 x 20 cm.
Cabeza de tecnica mixta sobre botella de champan intervenida
WILLIAM
por Diego Sasturain
……..Lo fuimos a ver a William. Nos abrió la puerta de la casucha en la que vivía. Se había convertido en un hombre musculoso. Tenía el ceño fruncido del todo al abrirnos. Nos miraba con aprehensión. Es más: con sospecha. Tal vez pensaba que le queríamos hacer algo, algún daño. O provocarlo. Pensamos que tal vez era posible hablar. Entender qué era lo que le pasaba. O lo que tenía para decir. Al menos, no nos cerró la puerta en las narices, en la cara. Nos miró de arriba abajo, hasta la hebilla del cinturón. Prestaba atención a cada detalle de nuestra indumentaria, claramente más cara que la de él. No se perdía gesto de los que nos pasaban por la cara. Parecía implacable, realmente evaluando la posibilidad de aceptar nuestra visita o denegarla con un portazo.
……..¡Pobre William! No sabe que nosotros tenemos nuestras vidas aparte de él, de la suya. De su existencia aislada y problemática. ¡Es así! Dentro de nuestras posibilidades, estábamos dispuestos a ayudar. Había que ver si él nos lo permitía. ¡Pobre William! A nadie le pasa desapercibido que a veces pasamos por alto las necesidades de los otros. Es así. Porque cada quien está tan atareado con su vida que… a veces se olvida, o postpone. No fue la prioridad, William, en los últimos tiempos. ¡Pero somos sus amigos, lo único que tiene! Así es que vinimos a ver si podíamos hacer algo por él. Por lo menos saber cómo estaba. Parecía que había perdido los mínimos modales. Había tomado el camino del embrutecimiento y la violencia. Pero bien… ¿quiénes somos nosotros para opinar?
……..¡Pobre William! Su aspecto no podía ser más coherente con el gesto. Unas zapatillas raídas, una remera ídem y una bermuda recortada a mano torpemente. Había elegido la austeridad, claramente. Es claro que nos rechazara, con esa ropa. Las nuestras eran un poco mejores. No mucho, pero sin agujeros inoportunos. William… ¡parecía desnudo! Eran esos músculos los que le habían roto la ropa de cuando era otra persona. Claro. Seguramente hacía mucho ejercicio. O, tal vez, trabajo físico. Pero todavía no pasábamos del umbral. Tenemos que reconocer que era triste, al menos impresionante, verlo así, transmutado. Se parecía poco al William de hace años… porque como decíamos, o no, nos conocíamos desde hace… una punta de años. Uno con el tiempo se va volviendo irreconocible para los que lo conocen a uno desde mucho tiempo atrás. Pero William era un caso complicado. No sabíamos a qué atenernos. ¿Y si se ponía violento? ¿Sacaba un arma, algo? Cuando nos acercamos a la casa vimos un montón de leña apilada. Por lo menos, un hacha tenía. No somos expertos como para diferenciar si esos troncos habían sido cortados con hacha o motosierra. Tal vez, en la pobreza -o austeridad- que parecía abarcarlo una motosierra fuera un bien básico para la subsistencia… y la habría adquirido.
……..¡Pobre William! Nosotros queríamos preguntarle por su obra. Si estaba haciendo algo, o había renunciado a todo tipo de producción. Deseábamos, al primer golpe de vista, que por favor tuviera algo positivo para contarnos, pero nos encontramos con la certeza casi cierta de que nada por el estilo pasaba por su vida. Buscábamos un motivo para no distanciarnos definitivamente. Hacía tiempo que dejó de responder a nuestros reiterados mensajes. Desilusionados por esta desatención o incapacidad, debemos reconocer que los mensajes se hicieron cada vez más espaciados. Hasta que hoy cobramos fuerzas y decidimos venir a verlo, a ver cómo estaba.
……..Y acá está que nos encontramos con William en la puerta de una casucha en las afueras de las afueras. Nos costó mucho llegar, ubicar la calle, después la casa. Hay mucho perro suelto en esta zona. William no habla. Siempre tuvo una personalidad así, medio engañosa. Estoy seguro de que sospechamos que hay algo de pose, de actor, en todo esto. En esa mirada. Podría haber estado esperando todo este tiempo a que nos dignáramos a venir, a hacernos pasar por este momento. Sólo para eso. Todo este tiempo confluye en este momento. Podría ser una trampa, un acecho pasivo. Nos podría haber estado esperando hasta que no nos quedara más remedio que venir así, apenas avisando y en un marco de total incertidumbre. Lo cierto que es que acá estamos. Y William nos juzga, siento que nos juzga y dice que somos culpables ¡Nos hace culpables, responsables! ¿De qué? De ser como somos, nada más. Con eso le alcanza para despreciarnos desde la altura de su miseria. ¡Pero él la eligió! ¡Y nos juzga! Desde algún incognoscible lugar de la virtud, nos juzga.
……..¡Pobre William! Se ve que se toma muy en serio, demasiado en serio. Se cree, que porque a él el curso de los acontecimientos y sus malas decisiones lo trajeron hasta acá, hasta un barrio peligroso y lleno de perros sueltos nos puede juzgar. Mirar de esa manera nuestra ropa. Si lo suyo fuera cierto, no nos miraría la ropa. El ojo del resentimiento. Lo maceró durante todos estos años, todo este tiempo, para mirarnos así ahora. Es su momento, hay un goce suyo en esta escena. Vernos arrastrados hasta acá, esta zona cero de la desgracia y la insignificancia parece ser parte de un disfrute. De una venganza. ¡William cree que se está vengando! Esto es atroz… nos miramos. Por primera vez salimos de bajo de la mirada de William. Esto es una trampa. Hemos caído en su trampa. Nos hizo arrastrarnos hasta acá… sólo para ver cómo estaba. No responder a los llamados, a los mensajes… todo fue una estrategia. Un plan. ¿Desde cuándo William fue capaz de hacer un plan? ¡Nunca! Siempre vivió al día, hizo lo que quiso… cambió de opinión, de gustos, de pareja, de casa… siempre a pérdida. Vivió como un pachá cuando no podía ni pagar la entrada ni tener los contactos para entrar: a Pachá. ¡Pero pasaron tantos años! Y le perdimos la pista, el día a día.
……..¡Pobre William! Nos mira con el ojo severo del asceta consumado. Oh poor William! Tan incapaz, tan negado y obtuso para la realidad. Es que eligió el camino del sufrimiento. ¿Por qué? Por soberbia. Es que hay que tener confianza en la soberbia, sostenerla hasta llegar a situación semejante. Tratamos de espiar dentro de la casa, pero mantiene la puerta entornada en desconfianza y el resto del espacio lo ocupa su cuerpo hipertrofiado. Resulta sorprendente. A un cuerpo originalmente enjuto le crecieron manos de mecánico. Las venas se le marcan en los antebrazos. Parece un personaje de antaño, o de otra clase. ¿Vieron los abdominales de los cartoneros jóvenes? La tableta de chocolate, como dicen en España. ¡Y a fuerza que tienen! Tiran de esos carros de varios pisos casi sin esfuerzo. Pero lo que en ellos es producto de la necesidad, en William no es más que afectación y pose. Es totalmente artificial. Seguramente se mata haciendo ejercicio y flexiones para mostrarse así en ocasiones como ésta.
……..¡Pobre William! Se convirtió en un poseur. Sin quererlo, tal vez le fue pasando, como tantas veces ocurre. ¿Y si nosotros, sus amigos, estuviéramos aquí para averiguarlo, sólo para eso? ¿Para ver si lo suyo es una pose o una genuina elección de vida? Claro, en parte vinimos para eso. Y porque nos preocupa. Tanto tiempo sin responder o respondiendo lo que quería: “Hoy maté seis pollos”, “Hoy talé cuatro árboles”, “Hoy se inundó todo, estoy sin luz”, “Hoy construí un cobertizo para la leña”, “Hoy me quedé sin garrafa”… Todo acting, autoconstrucción de un ego desnorteado. Por eso, tal vez, entre otras cosas, vinimos a llamarlo al orden. Que se deje de pavadas. A tratar de convencerlo de que no es necesario que persevere en esta impostura. ¡Si él puede mucho más que esta mierda en la que vive!
……..William. Nos miramos y resulta claro que molesta caer en la sentencia “es y no es: William”. ¡Qué ardid! ¡Cómo si él fuera y a la vez no este pozo humano, esta oquedad que se ha creado para su persona! No nos queda más que sospechar: “es y no es (William)”. O (ya) no es (William). Poner en cuestión a esta cosa que nos agrede desde el silencio y el ojo. Que nos trajo hasta acá, que nosotros, por buena voluntad, por el afecto de tantos años… tuvimos que venir hasta acá. No nos quedó otra: “Corté cuatro árboles”. ¿Qué quiere decir, alguien otrora dueño de cierta sofisticación, de ponzoñosa ironía con los íntimos una afirmación semejante? ¡Que se hace el idiota! ¿Nos va a hacer creer que William es “esto”? “¿Este William?”. ¿Que lo que es es lo que es? ¿Que lo que es es lo que se ve? ¿Que lo que es es lo que ves, vemos? Por suerte tengo un testigo para toda esta situación… Pero, bien, empecemos con “este es William, es lo que es (hoy)”, que es diferente de “este es William, que fue lo que fue (antes, ayer, ¿cuándo?)”. ¿Cuándo William fue realmente William, alguien a quien pudiéramos identificar claramente? Aunque por unos años pareció que… tal vez… tenía las chances, la capacidad… cierto encanto, pero… Siempre evanescente, contradictorio, arbitrario en sus decisiones, escurridizo. ¿Débil? Sí, seguramente. Sin esa convicción necesaria para ser William.
……..¡William! Porque tenemos escenas para todo bien guardadas en las retinas. William triunfando y William dejando pasar la oportunidad (¿la mujer?) de su vida. William revolcándose en las peores ciénagas del ser. Dos meses después, William impecable en una presentación, en un congreso, cortés y encantador en un ágape. Y así, así… la oscilación tremenda, atroz, desconcertante, durante años. Hasta que William, por estas excentricidades y fintas, pareció por un momento ser importante. Más de una vez parecía que… Estuvo a punto, pero no, no dio el piné. ¿Habrá abandonado, William? ¿Se habrá abandonado, dejado ir? ¿O habrá metamorfoseado en hachero gringo de La Forestal por puro gusto? ¿Gozará William de esta pose? ¿Se verá William gozando de esta pose? Seguramente. No nos consta que no sea capaz. Al menos, por las cosas que dijo a lo largo de los años.
……..¡Ay, William! ¡Qué manera de decir, qué ritmo de lengua! Si te recordáramos en orden sucesivo mi socio (que es tu amigo, también, quizás más que yo) y yo, la cantidad de cosas que has dicho… Con quiénes te metiste, hiciste carne con carne. Nada se olvida, William. Tantas veces te hiciste el canchero, que lo que vemos ahora oficiaría de castigo, si no fuera –sospecho– autoinflingido y anclado en pose. William de La Forestal, desempleado, yendo a comprar una botella de caña a los almacenes de la compañía. O cerveza al almacén del barrio. O carbón al mismo almacén, simulando campechano. Ya te vemos. Como siempre, William, actuando.
……..¡William! ¡Actor! Así la vez que sedujiste a Margarita N, después la dejaste por Noelia P, para después ser echado a patadas de su domicilio y terminar en casa de Mariana M… haciendo la comida y los mandados por hospitalidad de esa mujer que para nada te convenía. En su momento te lo dijimos. Te lo insinuamos. Pero allá vos. Fue tu vida. Era tu vida. Pero acabemos con la heterorreferencia. Acá estamos nosotros. Al fin, vinimos. Te vinimos a buscar y queremos saber qué te pasa, por qué no volvés al casco urbano, al menos. Al “ejido”. Antes nos hubiéramos reído de la frase esta, que se me ocurre no brillante: “Volvé al ejido, pelotudo”. Por lo menos a las calles negras, a los semáforos, etc. Dejá esta vida miserable. Vinimos en contra tuya. En tu contra. Para que dejes de ser como estás siendo; es un llamado al orden. No es necesario que te humilles así, que poses de desclasado: sophrosyne, no destrucción, anulación, puesta en abismo. Si nos dejaras pasar, te darías cuenta de que vinimos para recuperarte. Rápido te convenceríamos. Sé que mi socio piensa igual que yo… pero mientras tanto, te quedás ahí, juzgándonos sin decirlo y no decís nada. Si por lo menos nos “franquearas la puerta”… nunca entendí cabalmente el verbo, sé que significa dejar pasar, pero a mí, desde adolescente “franquear” siempre me hizo pensar en lo contrario. ¿Como a vos?
……..¡Williaaaaam! ¡Dejanos pasar, decí algo! Te hacés el ranquel. Te inventás una ascendencia heroica que justifica, por honor, estas pantomimas del presente. Una dignidad que no tenés, ni prestada ni heredada. Se te notó siempre, es inconsistencia íntima, ese tembleque existencial. O existenciario. No me atrevería a hacer el juego de palabras porque sospecho que nos rechazarías de inmediato. Y eso nos impediría ayudarte, que es lo que en el fondo buscamos: saber de vos, qué estás haciendo. Vinimos con buenas intenciones, si se puede citar el lugar común: recuperarte para nosotros, aunque no te necesitemos. Recuperarte para vos. Mi amigo (tu amigo también y además socio mío) y yo pensamos que lo mejor es que vuelvas. ¿Cómo comunicártelo con una mirada, sin emitir palabra? ¿Si con el gesto y/o la mirada nos impedís la palabra? ¿Qué seña sería capaz de convencerte de que daño no queremos hacerte? William… abrí la boca, decí palabra y no nos mires así, en ese silencio, porque no nos quedaría otra opción que retroceder, irnos, en suma, abandonarte a tu suerte de falso hachero de La Forestal, con tus brazos nudosos y terribles para nada. Tampoco de nada te sirve frente a nosotros esa piel curtida, la barba crecida y horrible, los agujeros en la remera que parecen a propósito.
……..¿William? ¿Hay algo que nos quieras decir? Abrí la boca, porque finalmente mi socio y amigo tuyo y yo vamos a tener que hablar. Por lo menos algo: “¿Cómo estás?”, “¿Qué hacés, tanto tiempo?”, “sí”, “no”, “qué se le va a hacer” y cosas semejantes que vayan a ser necesarias. ¿Y por qué elegiste ese nombre y nos obligaste a todos a llamarte así, porque no es el tuyo verdadero? ¿Por qué te tenemos que decir “William”? Si hasta en nuestras charlas privadas con mi amigo y con otra gente que te conoció y te quiso y tal vez aún te quiera, decimos “William”, “¿Qué se sabe de William?”, “No sé nada de William, más que que se fue”, “¿A dónde se fue William?”: “No sé”. Así hablamos y se habla de vos donde está la gente que se interesa, a veces, simplemente se acuerda. Porque todo pasa muy rápido. ¿No sabías? Vas a tener que decir algo, por el amor de dios. Se me escapan estas cosas in mente… tanto, tanta exigencia en el gesto, la permanencia en la puerta, tu miseria. Vamos a tener que hablar. Hablar fue tu expertise, ¿te acordás? ¿Hablar de más? ¿Hacer de más? En el mismo sentido, del exceso respecto de los buenos usos de la lengua y de la gente. Hay quienes no te perdonan, o no se acuerdan bien de vos o directamente no te conocieron. No somos nosotros, William. A fin de cuentas: ¿Te fuiste o te quedaste? Ya es difícil creerte, esta especie de puesta en escena de anacoreta periurbano. Yo no te creo. Y pienso que si todos los que te conocen vieran lo que yo veo, tampoco te lo creerían. Dirían: “se está preparando para volver”, “es insostenible y/o inexplicable” o “es una pose para que lo vayan a buscar”. Aunque pocos te tienen presente. A vos, que por una milésima de segundo creíste brillar (un equívoco, le puede pasar a cualquiera ¿y para qué brillar?) y creíste (también le puede pasar a cualquiera ¿y para qué brillar, de nuevo?) pasarte de pillo, ahora tenés que volver o, al menos, dejarnos pasar, porque si no, no vamos a volver nunca más. Nunca, nunca más, así te pudras acá: “hachando cuatro árboles, dos paraísos, un eucaliptus y uno que no sé qué es”. Por lo menos, sabé. Sabé lo que hacés, qué talás, qué árboles derribás y para qué. Me gustaría saber si te pagan por cortar árboles. Tenés que saber lo que hacés, a menos de que estés convencido de haber extraviado tu gracia.
Funcionario y fantasma bajando la escalera, 2022. 30,5 x 22 cm.
Tinta sobre papel glossy brillante.
Dos fantasmas, 2022. 30,5 x 22 cm. (es la que la foto dice 5)
Tinta sobre papel glossy brillante
Fantasma espejado, 2022. 30,5 x 22 cm.
Tinta sobre papel glossy brillante