Topografías de la fragilidad
por Ingrid Weyland textos de Elina Khar
Topographies of Fragility XXVIII
Topographies of Fragility XXIV
Topographies of Fragility XXVI
Topographies of Fragility XVII
CURIOSIDADES METEOROLÓGICAS 1
por Elina Khar (*
Disparo.
¿Insiste un mundo de las tensiones / atenciones que templa por desiguales métodos los tanteos de Zenón de Citio, Wölfli y Bergson? Y éstos por no continuar empezando: sobrevuelan desde cada inicio y a cada ola ya Lucrecio ya Whitehead ya Serres ya Massumi, y desde cada amplificación mútua entre arte, filosofía y meteorología: bien Anaximandro bien Bruno bien Cyrano bien Turner bien Reich y acaso: Finsterlin, Malevich… el nuevo realismo plástico y las operaciones de abstracción ligadas a sus líneas meteorológicas de arrastre, luego las construcciones de velocidad de esos arrastres, las de pesantez y ligereza (Malevich se tensa: «El hombre es un organismo de la energía, un movimiento frenético»; mientras que el Sr. Teste, alias Paul Valéry, nos propone, indetenible: «Tomar del mundo fuerzas, no formas»).
Flecha, tónos.
El tónos que despliega la física estoica condensa movimientos de penetración que ablandan la dureza de Demócrito en su átomo. Graduada tensión del hálito que sostiene el tejido a través de sus soplos: arcabuz de brisas, boca de fuelle. Insuflado de tales aparatos el aire-rumor de la física jónica que agrada a los estoicos más animistas. Impasible refutación de la impenetrabilidad: los soplidos de una física de inciensos atravesados de aire y de cuerpos a su través imbricados, o el espiritualista dogma de la mezcla total (licuefacciones y extra-seres de Burroughs, Fuego Primordial y extra-seres de Zenón). ¿Participará allí una orientación sintomática?
Burroughs y los estoicos deben interesarse, por fatalidad de su doctrina de cuerpos-colador ( = de agentes de licuefacción que penetran las aberturas del cuerpo) en la medicina, incluso en cierta clase de doctores, como una terapéutica físico-extrafísica de las inclinaciones. A la vez su literatura muta en una sustancia que la vuelve otra cosa que literatura y a la medicina otra cosa que medicina, un tratamiento de los vectores corporantes que recorren cada superficie, con sus evaporados y secreciones.
Amplificación.
El pneuma (soplo ígneo, exhalación, brisa, respiración), no sólo sostiene los órganos en sus interpenetraciones, sino que los declina en sus cosenos de vuelo (difícil sostener el cartílago de la lengua, los molinetes imperceptibles de los órganos del cuerpo). No hay droga posible contra el vértigo cuando la meteorología penetra la literatura, la música, la alquimia (mitos diluviales, cosmologías de relámpagos, nubes y lluvias, y algo más cerca: La Tempestad, de Shakespeare; Tifón, de Joseph Conrad; Un mundo sumergido, de Ballard; Ciclones, de Roberto Piva): rosarios de gravitación y misterios de levitación, convexibles geometrías de descensos, ascensos o inmersiones, las noches órficas del mago barroco, capa tras capa en el cavernoso precipitado de lo estelar, en el grávido ascenso de lo telúrico.
Así se nace paulatinamente al conocimiento de la respiración terrestre, al de sus magnetismos neumáticos –como aquél de la Tierra-Imán, la ancestral Ta-Meri de los egipcios–, a medida que es disuelta la gravitación heredada a través de borrascas que son inducciones de vuelos, conocimientos de otras tensiones, zonas de irrealidad de la atención y el ojo vacío del tornado. Del cuerpo-colador de la física (los cuerpos metamórficos de Jodorowsky no se dejan olvidar 2 ) al cuerpo-molinete de la meteorología, que in extremis nos llevará al Viaje en tornado de Alberto Laiseca, cruzado, cual morfogenético Nus de Anaxágoras, por ejes de giros mortíferamente centrífugos, centrípetos de pirotecnia.
Recomienzo.
El tónos es un resonador que muta los vínculos mecánicos de los cuerpos cultivando los sistemas abiertos en no-equilibrio: la posibilidad de interactuar a larga distancia. Porque dijo Leibniz siguiendo a Whitman que todo está lleno, que toda la materia está ligada y que todo cuerpo se resiente de todo lo que se despliega en el universo. Estoica teoría de las resonancias con base en un silogismo lógico-hilozoísta: «Si tal hecho es, tal otro es». Sonriente lógica de cadenas y lazos que no se justifica en la ramplonería de las líneas causales sino en los súbitos destellos de la adivinación. Tensar las cuerdas flojas, define la Alquimia un hermetista del siglo XX, volverlas vibración, resonadores entre los pliegues orgánicos, hilos de rosas (dígase rocío) tendidos hacia el toro (Ariadna pasa), nadísmico perlé en el que se tornó, tornado, la fisiología macro-micro (“Ahora toco al pájaro”, dice un verso de Mr.Mystery: será su tónos intrínseco, su pajarístico).
Para cualquier teoría de los resonadores todo hilo de meteorología puede enlazarse a cualquier otro de física, música o astronomía, incluso ser empalmado a cualquier tejido textual en lo que pueda tener de terapéutica de las cuerdas (a contrapelo, en Huysmans; a favor del rizo y de los estados de coma –en Perlongher y Lamborghini–), siempre en el insentido de un despeinado, bestial renacimiento: La Bella y la Bestia, de Jean Cocteau (un tratado del tónos morfogenético), así como lo decíamos también de los Ciclones de Roberto Piva, serie de poemas atravesados por su chamánica iniciación de los cuatro vientos.
A cada cual su penetrante genio doméstico y a todos su desmesurado daemon indoméstico. Y de regalo un tratado Sobre la adivinación –Cicerón– a partir de las observaciones astrólatras de Crisipo y Diógenes de Babilonia (como siempre un babilonio para la más obstinada contemplación de los signos).
Amplificación.
«Lo que sostengo que nadie ha mencionado respecto de mi obra es el órgano de la vida»: Henry James, La figura en el tapiz.
¿Cómo captarlo si no es a través de estos demonios de la posibilidad o de la sutileza que se embrollan a los nudos germinales de la escritura, y que gracias a su persistencia operan contra todas esas deficiencias del querer propias de las unidades de análisis? Los juegos del decepcionante análisis [Mr. Mystery] envejecen más de dos o tres veces por siglo y éste es uno de sus momentos más prometedores: en nuestra clínica contabilizamos nueve decepciones cada tres días.
Contra un cierto relajamiento del tónos en unidades de extensión es contra lo que se manifiesta la tapicería de la cita de James, como si su desafío estuviera exigiendo un movimiento más cercano, en su aproximación y desliz, al toque de inmersión tarahumara (Artaud), en todo lo que tiene de tentación física, de cuerpo tocado, de vida tocada, de borrascas en el cuerpo, como afluencia de vida sin cabeza, de viaje inacorde, eso que opera en los deslizamientos de la obra como el abejar que no pertenenece a la extensión de la frase y que sin embargo es su meteorología en acto. Ese soplido (estas silbaciones) es lo que se desconoce en la existencia porque es paso de Naturaleza entre dos cuadros, una corriente que se ríe de las encrucijadas con sólo durar un instante, esto: “Una silla es acontecimiento [es viento] en tanto dure un segundo” (A.N.Whitehead).
Siguiendo este paseo y moonwalking, podrá contemplarse el emblema 42 de la obra Atalanta Fugiens del alquimista Michael Maier, en donde el adepto camina a ciegas a través de la pedagógica senda nocturna por donde la Sophia pasea, induciendo luces y sedes por vía de soplos (no hace otra cosa que tonificar su estola, su estela de autoviento).
Si hay algo que las meteorologías inextensas de la percepción traen consigo en sus tours de main, son los puntos sensibles de mixtura arte / vida, y en lo que hay de más indeterminado y determinable de sus intercambios. No la vida de las instituciones, tampoco la de la naturaleza ni la del hombre, sino la vida química y mercurial, por vinista y perturbativa, por su brisa fricativa entre células: fffffrrr….. ¿Vale decir?: aquella que no permanece intacta (touchée!) cuando se escribe o canta, y sin embargo difícilmente se pueda escribir según el latido de ese disparo: implica una exigencia de meteorología en obra, en todo lo que pide de ligereza en crudo y expulsa de reparos, inaugurando los encuentros con las medicinas de nuestro Anti-Galeno de las turbas: dejar de ser escritor y poner todo sobre la mesa, escribirá Louis Ferdinand Céline, irrecuperable. Y nosotros: “Un cuerpo-molinete levita en su helicoide y deshace la gravedad; un cuerpo-colador se sumerge en sus cataclismos y rehace la muerte”.
Discusión.
Siguiendo a sus instructores, Mr.Mystery afirma que al leer las teorías y experiencias de los médicos sicilianos (del tipo medicine-men), bajo captura platónica o aristotélica, se pierde, durante veinte siglos, la gracia que íbamos a encontrar antes, ya que la confluencia del mecanicismo metafísico con el científico es el puntapié de lo más carcamán del pensamiento. La vivacidad central y morfogenética del elementalismo no se compara, en tensión y empuje, con el lugar subalterno que esas doctrinas ocupan en los sistemas emanacionistas / atributivos / predicativos de Platón y Aristóteles, en sus diferendos incluso.
Mr.Mystery comenta que esto lo sabemos desde hace tiempo aunque desde hace rato lo olvidamos: corresponde a los médicos de raíz hiperbórea tanto como al chamán de Heráclito, considerar a nuevo la doctrina de los elementos remitiendo al arco de los curanderos y adivinos sicilianos (iatromantes mediterráneos y pitagóricos: Empédocles a la cabeza), señalando a los cosmólogos del siglo 6 AC que suelen llover sobre los estoicos tres siglos más tarde, polenizándolos para siempre. Aquellos medicine.men y el estoicismo augur experimentaron el pneuma como un vapor que viaja a través de cada poro de los cuerpos, exorcizando de antemano el foco patológico de la interpretación carcelaria del alma, e inventando, de paso, otra gramática que excede el predicado para alcanzar la física de los cuerpos e incorporales, vale decir una dermatología iatromédica, y hasta su moral-otra: una medicina de los impasibles.
Este aire impasible recorriendo las superficies (entonces itinerado por una meteoría de los infinitivos), que va tomando aquí-alla de los cuerpos que le convienen, sigue siendo ese soltero / soltera que no para ni posa (ni adentro ni afuera), cuestión de probar cada exhalación inherente y eferente en cada quién o qué: el abandono del universo a recortes, luego casado extrínsecamente, a favor de los medios de bordes ( = materialismo trascendental, llegaron a esgrimir 3 ).
Exagerando un poco, Mr. Mystery propone captar, por abducción y sin pruebas (nadie las tiene), hasta qué punto la Tabla Esmeraldina, texto fundacional de la religión Hermética, está recorrida por gradientes iatrománticos, jonios y estoicos, con un “arriba” y un “abajo” en relación de continuidad recíproca, salvo que se pretenda introducir una máquina binaria, cuando se trata de un problema de totalidades conjuntivas que suben-bajan, la totalidad desplegada sobre una única mesa presta a girar (tabla redonda, redondel de la fortuna).
En este sentido es que la naturaleza viviente no se estudia al margen de su actividad (dice el hermetista francés Pierre Dujols, tan meteorólogo): será interrogada desde sus mismas refriegas. Inmanencia que estalla en nuestras manos con esquirlas trascendentes pero a la vez tatuadas en la piel, bajo virtualidad de una ontología vibratoria. Todo muy concreto y tangible: el fuego, de Heráclito a los estoicos y más acá, no sólo participa de la conflagración universal metafísica, sino que separa, lava, friega y frota, en lo más concreto de su aquí-es: la lavandera en la que todos anhelamos convertirnos (“lava con fuego y seca con agua”, dice ella).
Apostilla: a tal punto el fuego neumático –y no esos tristes fogones– pertenece al continuum transmaterial, que el flujo de la sangre podrá volverse indiscernible del así llamado fluido sutil, por cuyo medio la sangre es también un vehículo que sirve para extenderse lejos de los límites del cuerpo: las venas vueltas fibras del íntimo volcán exóforo: los nadis de la fisiología hindú. De esta percatación a la teletransportación y a la teleurgia hay sólo una cuestión de escalas y sogas. Así es como las brisas ígneas que atraviesan los poros como evaporados de la sangre, adquieren funciones que le permiten ignorar cualquier frontera de tipo pared, músculo u órgano. Funciona allí todo un mundo de sangrías incandescentes que por su helio(s) trazan una diagonal: llámesela operación Hegemonikon (término con el que se designa el corazón ignificado en diversas gnosis estoicas, traducido como principal), pulsando corrientes que llegan y parten a través de diversos umbrales, cuya firma es un número viviente que antes de ser medida es un factor irracional / potencial.
Interrupción.
Nosotras las terapeutas sabemos que hay una medicina enhebrada al lugar accedido (por ejemplo el ombligo, la rueca) sintonizable a través de los vehículos capilares que a diario hacemos. Como si al enrollar una página bidimensional pudiéramos sobreagregarle una triple y cuarta dimensión (milhoja, hojaldre) subiéndole a ésta una insostenible –por insistente– promesa de cura. Entender este punto para los médicos de sogas (faquires), implicará desorientar al paciente que somos de cualquier noción de cura como detención. Al contrario, captarla como puja y amalgama con la fuente: el plano meteórico y desmoral. Se va tratando, creemos, de una dunamis impiadosa o de cómo empujar lo que nos accede por su más directa línea de fatalidad, rotar el plano de tan escasa celulosa adivinatoria. «Que me aumenten el algo y no el paciente». Así en la bitácora de la casa está esculpido el principio de las antiGaleno.
Primera sidérea.
Hay cinco estrellas que nos miran. Estamos interesados en ellas. No son las del hotel en el que brindamos en Nochebuena. Coquetean de uno a otro entre aquellos que las cortejan por la costa. Vamos a imitar un artificio semejante al de las cartulinas zodiacales de nuestro paciente (el hegemonikon, lo apodan en la clínica), que las usa ahí sobre la orilla en su lotería de astros. Mira a través de los agujeros que hizo en una de ellas como si fueran precisos binoculares de fósforo. Se absorbe en esa paciencia abierta al medio undular por el que practica. Tiende hacia el firmamento esa criba por donde hace entrar en uno de sus hoyos una constelación, un planeta, que ipso facto se vuelve un ellor del astro: una inteligencia agente. Ahora transporta esa regla no sé cuántas veces hasta dar con otra estrella tocada y ahí pone el celofán, lo tiñe, dejando gotear la amalgama hacia su mirada revertida, tras cerrar los párpados, para teñir su sangre.
En la misma cartulina aunque por otro orificio, pesca la luz de los recolectores de la orilla (pescadores del Ichthys Sonton –dice–) irisándose a gas a lo largo del vidrio. Así va completando los casilleros para la reduplicación de las constelaciones y de la costa, allí, en lo liminar de esa delgadez portable, teatro móvil, practicable escenográfico, que con la humedad marina se reblandece, se torna la eucaristía de cartón viviente, diádoca invisible del ácido lisérgico utilizado por el weather underground en sus cacerías.
Eso sí que es la lechesis –nos demuestra, pero no entendemos– sin las bacteriales mezclas de la ubre: la vía láctea de aquí junto y hacia el hueso, operando en su teatro de cartulina química, en su máquina blanda…
[continuaría…