Voces de Uruguay - Zancada
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Voces de Uruguay

por Regina Ramos, Lucía Delbene, Lalo Barrubia, Claudia Magliano, Silvia Guerra, Marisa Silva Schultze, Andrea Blanqué y Verónica D’Auria. Colaboró en la selección Silvia Guerra

Regina Ramos

 

HAMBRE

(La) Pizarnik es una pajarraca de plumas azules
y pico de tinta.
Raíz zaguera
pueblerina
en Times New Roman 12
que puso sobre la mesa la receta llamándola escorial:
…hubiera querido ser Rimbaud o Baudelaire pero sin sus sufrimientos, qué vivo.
– ¿Puedo escribir del hambre?
-No.
Entonces escribo:
…………………………..antojo de olvido.

 

MIGAS

Tomar recuerdos.
En la certeza se concentra un sabor
no la apetencia.
Todo desecho es intento
galaxia o añicos.
Limpiamos para volver a ser
y así lo único constante
es el hambre.

 

DISPLACER

Se pierden las formas
con un sobresalto de nitidez.
El cuerpo es el que habla todo el tiempo
un cuerpo es una biblioteca incendiándose.
Luego de haber arañado el sentido
queda la presa del cansancio,
presa entregada
al llanto rabioso
por haberlo todo.

Presa de amor.
Esclava del paraíso.

 

TELARAÑA

Escribir porque no alcanza rezar.
Tejer el pentagrama sedoso por los huecos
que están entre los dos secretos.
Ciega en un ángulo blanco la estrategia
porque la sabiduría llega cuando no sirve para nada.
En el vidrio espejado de la copa que soporta
la pirueta se proyecta
la de los dedos ansiosos por sentir.
Escribe porque no le alcanza con rezar.
En el tejido inútil
atrapa los juguetes con los que aprenderá a morir.

 

SOBRE HERRADURAS

Tengo el magnetismo del campo estampado en la remera.
Aro cuando taconeo la hoja que va rumiando

La Femme Natura Fatale.

Son chistosas nutrias pulso y palabras
que se zambullen presurosas ante la amenaza del olvido y
arrastran tierra hacia adentro de la letra.
Sobona en los garrones se me engancha algún verso
a veces se posa cabizbajo como un tordo,
tordo verso reflexivo.
Pieza del puzzle de la noche bohemia
o águila posada en el ombú existencialista.

Soy de madera
acacia
de pasto-gramilla.
Tengo las manos ásperas con aroma a eucaliptus
pero a veces madre selva.

La mujer bicho.

Negada de elegancia
con desolación de tapera y robustez de monte.

Para mí no se hizo la esbeltez o el histrionismo,
sí un objetivo y un intento.
Hay un manto de pradera que recubre una pieza
esa que solo muestro cuando asoman los dientes
cuando burla la ciudad:
valor.

 

OSAMENTA

Incisiva presencia en mis sentidos
como una obsesión entre el verde y el verde Lorca.
Aunque majestuosa por lo innegable
siempre fósil
simulando lejana o ajena.

Un poco yo un poco el todo:
tierra
aire
campo y misterio.
El adentro y el afuera fundidos en un objeto.
Irrisorio como censurado
auténtico.

Raíz olvidada del sostén de los días.
Tantos iguales con mismas posibilidades.
Un día para vivir o para morir.

Te asumí desde siempre
parte del todo.
Entre colores y perfumes
texturas y cosechas
gente y taperas
tirada en un rincón del tiempo
humilde
conformándose con ser el punto final de las historias.

 

NOTA DE TÓPICOS

Me escribieron en la mano lo que necesitaba.
Tres líneas de un triángulo abierto.
Abiertas las caderas pronunciando el gusto de otro.
Tenemos al otro rígido en un nombre
que aprendimos a llevarlo a la boca
o evoca esa noche
con el nombre impronunciable
o cuando se juega al serio con un vaso huellado.
Me escribí en la mano la receta o lo necesario
de esa noche como de casi todas las noches
en que quedo sola con mi nombre
y no prendí la luz.
Cociné con lo que tuve
a mano
algo para consolarme.

 


 

Lucía Delbene

 

JULIETA SIN BALCÓN

Domingo de tarde, es hora de partir
la doble palmera en el lago opaco
establece tiempoespacio al decir algo
empiece la mirada la ciudad un domingo
de tarde en el lago putrefacto del parque
que la alcaldesa de izquierda ese año
había hecho limpiar de las masas
de basura ciudadana en su lecho
en que nadan las ratas y los sintecho
en sus llagas frutería de moscas
sintonías para el flautista del cuento
¿se llevará la poesía la maldad?
la mágica infancia incendia la ciudad
¡dónde está el bello caballerito dónde!
con su caballo de fulgor y su malla.
Pero, ¿qué pasa aquí? ¿qué pasará?
la aventura comienza es hora de partir.

 

 

Nada. Una cantera de granito
donde el sur se abriga de verde
arropado terciopelo el domingo
a la tarde y las palmeras domésticas
se miran entre catamaranes, diseño
de cisnes de cármica enhiestos
y un castillo Liliput, la nostalgia
novecentista por carencias medievales
de estas llanuras bárbaras
¡Qué bárbara que estás!, el ascenso
la mano del niño hasta el templito de Diana
la magnolia contagia el blancor al cabello.
Nada. Un músico solitario toca
su saxofón contra la tarde como si fuera
posible esto, “contra la tarde”
robándole una musa a la brisa
es un llamado, un ruego, un lamento
¿Adónde iremos con estos remos?

 

 

La fiesta se cortó cuando vino
la chiquilina con el rodwailer
la luz oblicua ladrido de junio
cayó como un bioataque
el parque mudo acusó recibo
de los pies huyendo desde siempre
hacia el fondo de todos los caminos
la elegía del fin del otoño.
La feria queda atrás ropa china
macetas en los toldos del aire
la calle es un carril de doradas aventuras
los canteros de Bulevar son pistas
con Pegaso pegado a la espalda
y seguir por un arteria de alquitranes
el rumor de los pistones a nafta
y las olas de petróleo bajo el remo
inundan los umbrales de las casas
como a geométricas cavernas.

 

 

El chico indonesio salió con su novio
linda tarde para pasear y abrazo
retirado de postpandemia
en la ciudad de acelgas colgadas
el ave del ojo se posa en un balcón
de postigos blancos y cerrados
vestido de hierros ondulantes
de pronto el barrio es un tronco
de ramas secas como garras famélicas
sostienen un paisaje secreto
harto exquisito para el voyeur de rendijas
de las casas vacías y viejas
y dedillos de muertos incontables
que llaman con un gesto de ruego
Julieta ha cerrado esta vez la persiana
la luna se oculta tras abanico de agua
ausente broderí en corazón atormentado
por las venas del cielo el hielo es cristal
el lenguaje bajo el balcón del fin del mundo
se detiene y se olvida a dónde iba.

 

Inéditos, 2024

 

ULTRAMODERNISTA

Las ruinas de la tradición humean
colores ultramodernistas
y todo lo que fue belleza
ahora un cúmulo de trastos
detritos en su objetualidad
de laúd que se hunde en el plano
sin nombres guaraníes,
árboles significantes,
ríos animales.

Caen ante los ojos fragmentos igual que un hombre
con el paraguas de Magritte en un descenso indetenible
caen en la tecno megalópolis hacia la vida en serie.
El tiempo espera agazapado, gato que acecha en la azotea
y las luces se empecinan desde el fondo del misterio
con linternas espectrales lanzan un haz parpadeante
y nos muestran al hechizado, la simulación de las cosas
al fundirse en el cuenco del mundo la carne de lucha
por si algo nos dijeran de la gloria y de la muerte.

Mas yo sentada a la luz
de esta máquina en una cueva
cuando mi ciborg me avisa
con guiñapos ultraláser
el lenguaje nos envuelve
en capullos y aberturas
no son el velo del cuerpo
donde los hijos anidan
posibilidades inmutables,
el futuro en duermevela.

Nos perdimos en este borde donde hiere Occidente
los ojos viejos miran el porvenir en los viajes espaciales
y dejan en los hilos del polvo imágenes para antenas
que vagan en las noches urbanas como fantasmas heridas
y el fragor de los motores supliendo el batir de los mares
absortos para siempre en arenas de ninguna parte.

Escribo por si la espuma
bebiese a mis pies en la orilla
lanzo anzuelos de agua
que bailan en las corrientes
y buscan la trama insurrecta
de otro decir posible
el pozo transparente
y la palabra pez sortilegio.

de Interregnos, La Coqueta, 2022

 


 

Lalo Barrubia

 

EN LA CABEZA DE MARÍA

…….La mesa de la cocina está irremediablemente muerta. No se gana nada con mirarla.
…….Esta noche el insomnio es un ave que no vuela, se ha quedado estancado sobre ruedas que giran en falso, que no pueden vencer el mecanismo, la inquietud apretando las caderas. Que no pueden dejarse caer por el cansancio ni por la suave magia de las vidas paralelas donde ella es apenas personaje. Rueda en círculos sin producir nada. Respira su propio aliento.
…….Esta noche el insomnio la oprime contra las palabras para explicarle a su jefe que no puede trabajar así, que no ha dormido, que las noticias dicen que es mejor dejar todo como está, ya ha pasado tanto tiempo. Los crímenes dejaron de ser crímenes. Lo han decidido del otro lado del mundo unos señores que estudiaron mucho y mientras estudiaban no veían nada, no olían, no escuchaban. Simulaban que no era a ellos que les estaba pasando, que no eran ellos los que lo estaban haciendo.
…….Los crímenes sobre los que ella ha tratado de escribir por las noches sin que su jefe -ni nadie- se diera cuenta de nada. Los crímenes de los que ella se considera víctima, los crímenes de los que ella se considera culpable. Aunque le lleve la vida explicar por qué. Los crímenes sobre los que construimos nuestras identidades.
…….Ella quisiera explicarlo con claridad, desarrollar un discurso inteligente. Pero la piel abierta en pasadizos secretos, pero los restos tóxicos en las junturas de los huesos, pero el agua que corre, el humo que colorea las ventanas, pero dios envejecido entre las ruinas, pero de dónde vinieron tantos años.
…….Ella quiere pero la infancia hecha un rollo archivado, la pintura descascarada, las manchas de humedad, la mesa irremediablemente muerta. Me late el agujero mamá, cerrá esa puerta despacio. En este invierno la única alternativa que le queda es abrir una botella de vino italiano y hacer cosas inútiles como escribir todo esto.
…….Esperando que ya estés un poco mejor. Esperando música en vivo. Esperando un viento que limpie. Esperando estrellas en el cielo blanco.

 

VESTIDO ROJO

…….¿Será que a todos los novios que tuvo se los presenté yo? ¿O estoy dando vuelta la historia como una media? No lo había pensado antes, pero ta. Es el tipo de pensamientos que se me prenden como arañas cada vez que la vida me la vuelve a poner en el camino. Ella: la que yo deseo. Ella: la mujer de otros. No sé si he sido cobarde o si he sido prudente. Solo me acuerdo de cosas que pasaron y se me llena la cabeza de preguntas que no puedo ni quiero contestar.
…….Voy a aclarar que esto pasó hace mucho tiempo, cientos de años antes de que sospecháramos que las guerras de Medio Oriente tenían algo que ver con nosotros, que la selección volvería alguna vez, a jugar las semifinales de un mundial, que podríamos manejar las relaciones con un aparatito que llevamos constantemente en el bolsillo o que ella y yo nos encontraríamos de nuevo en una cama. Y también muchos años antes de que ella fuera novia de mi amigo Gustavo, el saxofonista.
…….A veces me confundo y cuento las historias de distintas maneras. Todas las versiones deben ser igual de truchas, líos que me hago en la memoria. De lo que estoy seguro es de que esto pasó en una casa que ya no existe. Una de esas mansiones de doble portón, en aquel Pocitos que una vez conocimos y que de a poco las máquinas han ido masticando con esos dientes gigantes que aniquilan el pasado. Y casi como si fuera un juego, llegaron los productores de futuro y levantaron sobre esos restos apisonados, estructuras de legos de hierro y vidrio que quiebran el cielo de los vecinos y separan a los seres humanos en cajitas felices donde fundarán sus sitiadas familias millennials.
…….No sé muy bien ni cómo llegamos a esa fiesta de gente con aires alternativos pero crecida entre las brasas tibias de sus hogares de abolengo. No era gente que yo conociera mucho. Solo amigos de amigos, mundos que se cruzan con mundos, arte con música, drogas con danza moderna, malabaristas de Avenida Brasil con productores de discográficas en decadencia. Digo, porque en la época en que todos esos mundos empezaban a mezclarse sin vergüenza en el cambalache de la postmodernidad, todas las discográficas estaban en decadencia. Pero llegamos. Y por suerte me encontré con Gustavo, saxofonista de una banda de rock que no hizo mucha historia pero que se sonaba todo. Digo por suerte, porque era un ambiente en el que yo no me movía con mucha soltura. Él, en cambio, era un tipo súperalegre y descontracturado, conocedor de todos los mundos y siempre capaz de brillar. Enseguida agitó un caño que andaba por ahí, trajo bebidas y empezó a comentarme —y a presentarme— a todas las minas que veía, a cual más divina.
…….Así que cuando yo la vi a ella, fui a saludarla y me la llevé de un hombro para presentársela a Gustavo. Un poco como una especie de compensación, otro poco por presumir. Porque mi corazón se puso en alerta cuando me rozó con su vestido rojo ajustado que le marcaba el culo, con su actitud y sus zapatillas desentonadas, con su maquillaje barato, haciendo gala de ubicarse en ese límite peligroso entre lo terraja y lo diferente, y también, de la cadencia sedienta de su cuerpo que no hubiera podido ocultar detrás de ningún disfraz.
…….Él se puso en pose y empezó a conversarle, como era previsible. No sé muy bien qué me pasaba a mí en esa época, qué quería o no quería con ella, ni si tenía la más remota idea de alguna de las dos cosas. Pero como siempre supe —tanto en las épocas que no pasaba nada como en las que sí pasaban cosas— que con ella no había forma de hacer valer ningún tipo de derecho de prioridad, solamente me fui para otro lado a buscar un vaso de cerveza. Y la dejé ahí, sonriendo con fascinación a las simpáticas ocurrencias y a las manos discretamente invasoras de Gustavo.
…….Quedé un poco de costado, sin saber con cuál de los exóticos personajes ponerme a conversar. Aunque, es cierto, que a alguna gente conocía: y tampoco es que fuera el único músico de barrio que había llegado de rebote después de algún recital. Pero los espacios y la densidad de sus cimientos te condicionan de una forma que no llegás a manejar muy bien. Te ponés a observar y te parece que todos, hasta tus amigos de la murga, se comportan de una manera acorde a los muebles de jardín de lapacho y las copas de cristal, que después terminan rompiendo y escondiendo con disimulo entre las macetas gigantes. No tuve más remedio que emborracharme. Dejarme ir. Ver balancearse el mundo frente a mis ojos. Sin ni siquiera querer pensar en eso, estuve toda la noche viendo el vestido rojo y todos los rulos desatinados que lo acompañaban pasar para un lado y para el otro estampando el universo. Y ahí quedé, entre los acodados invisibles, hasta que llegó el calamitoso remate con que terminamos la noche.
…….Después me dijeron, no me acuerdo quién ni cuándo, ni si es cierto del todo, o poquito, o nada, que alguien del servicio doméstico la había encontrado con un tipo en uno de los dormitorios de arriba, sin el vestido rojo, mientras el sol brillaba con estridencia sobre nuestras cabezas. Y mientras yo y unos cuántos fracasados más, incluido Gustavo, cerrábamos la fiesta jugando un partido de fútbol de borrachos, que me costó una barra de hielo en el tobillo y un taxi de regreso a casa. Pero la verdad, puede que no sea cierto, que sea todo inventado, o exagerado. Yo lo único que sé es que la perdimos de vista.

 


 

Claudia Magliano

 

Yo hacía fuerza para que vos te murieras. Para no perderte. Para que te quedaras así como ahora, adentro.
Yo hacía fuerza para matarte/ te alentaba/ te daba ánimo/ te estaba siendo fiel, a vos y a la literatura.
No te maté. Eso es cierto.
Te conté que mandé hacer una biblioteca hasta el techo/ de pared a pared/ que necesitaba una escalera para llegar al estante de arriba/ que arriba había puesto los libros que más uso para aventurarme en la búsqueda de las palabras/ para sentir el riesgo de una altura dos escalones superior a la mía.
Yo no te estuve matando. Solo quería que te murieras porque ya no te quedaban libros y porque ya no había una casa en la montaña cubierta de nieve y porque era verano y a vos el verano no te gusta. Y además hacía calor y estabas desnuda y yo por primera vez estaba viendo tu cuerpo/ y descubrí que me parezco a vos/ que la forma de algunas partes tuyas es igual a la forma de algunas partes mías. Y yo podría haber sido vos.
Entonces empecé a hacer fuerza contigo para que vos te murieras. Porque tampoco quedaba aquello que era recuerdo y sostenía.
Yo hacía fuerza para matarte porque vos no podías hablar y me parece que eso no te gustaba.
Yo hacía fuerza para matarte porque vos no podías hablar.

 

***

 

Una hoja tiembla en el borde de la rama
Sostiene la lluvia su rara nervadura
El sol apenas hiere
Como un rayo finísimo su filo luminar atraviesa la tarde.
Caen los frutos por su pulpa
Semillas hay que se clavan a la tierra
Y crece un huerto al borde del abismo.
¿Limpiará la tormenta tanta metáfora?

 

***

 

Nos fuimos quitando la luz de los ojos.
Todo lo que habíamos visto no era nada más que la forma de la nieve.
Nunca dejamos nuestra huella camino a la montaña
nunca pudimos tocar el frío, sentirlo en las palmas de las manos como otras cosas sí se sienten
algo más delicado todavía
algo más suave que ese frío estático por donde se deslizan los inviernos
unos tras otros
como los pequeños pájaros de Dante que van cayendo tras de sí ante el llamado
implacablemente caen
pesan más que su propio cuerpo
algo los empuja hacia la Estigia
donde Caronte espera
a punto de zarpar.

Nos quitamos la luz de los ojos como si fuera un manto
entonces pudimos ver la nieve
pudimos tocar ese paisaje blanco por los siglos de los siglos dibujado para nosotras
que solo habíamos vivido de los cuentos
y no conocíamos más que el tejado por donde iban las niñas
masticando el corazón de las ciruelas.

 

***

 

El aljibe escupe el agua esa que hemos de beber dijiste
no otra de río o estanque porque la noche trae muertos a la superficie
y en la mañana parece que
ya no quedara nada sin embargo
hay restos de piernas y brazos flotando allá más lejos cerca del molino
y no los vemos
la vida comienza justo en la puerta de tu casa
en el galpón donde se alinea la lana del rabo de las ovejas que cortaste a fuego
chilla y aúlla el ganado res cabeza molida a golpes o de un solo tiro
pac
seca es la muerte de los animales es seca y muda
muda muda no dicen nada los animales no cuando los matan
se dejan ser presa sabrosa ah hoy también comeremos tierna carne de oveja
y mañana la alfombra de cuero acariciará mi piel delante de la estufa
y haremos leños con el monte y haremos el milagro de la noche/ sin muertos flotando en
el río porque no los vemos /la vida comienza en la puerta de tu casa comienza /sí así
dulce es la tarde cayendo sobre los campos

 

***

 

Los hombres carnean porque son rudos son machos son duros en el oficio de matar a los
animales no tienen miedo los hombres los animales son sólo presa y ese es su destino
matarlos y las mujeres en la cocina esperan la carne caliente húmeda de sangre que
sobre los hombros traen los machos para el desayuno/ las mujeres no dicen nada como
los animales mientras los matan no dicen nada/ no hay rastros de lucha en la muerte de
las vacas ni de las ovejas no hay rastros de huida ese es su destino ser ganado ganancia
alimento de otras bestias algo menos sublime.

Del otro lado
El agua dura
La cálida
Presencia del acero
El viento en las paredes
Construyendo mi casa.

 


 

Silvia Guerra Díaz

 

ABECEDARIO EN CUERDA (SELECCIÓN)

 

A
Mecida en esa balsa que flota hacia el destierro repara en el esforzado escarabajo que tienta la baranda. El abdomen rayado, la brillante queratina al sol la dejan por un momento cavilando. Se acercan como son, hermanos vivos en esa extensión lumínica del día, que descubre en alta mar sus redes. Para asombrarse en varas de narcisos, en hojas asemejando pétalos o estambres dibujados en muros, y borrados por polvo del desierto. Apenas se modula ese gemido gutural del parto, una mano extendida marca sierpe que escapa en la arena y la arena. Esas figuras de la modulación.
Seres extraños de la luz y la fronda, voces de la oquedad, comparecencias mínimas en descargas acuáticas. En el tiempo presente de la luz cenital.
Y hay rangos a medida, recovecos, insistencias que apenas rozan la tangente de la evasión continua. Sostiene el barandal e invita, porque justo eso, puede. Unos pocos acordes que desgranan la voz en la terraza del verano.
La necesidad de aquel cascarudito cuando iban en la balsa del destierro. Acostumbrada al polvo de agua, apenas con un gesto de la mano se saca el pelo que se pega en el rostro. Cae sin decir nada una sorpresa para caer en el siguiente instante, otra. Y otra. Y allí se espera a dios entre la sombra de un jarrón y una puerta entreabierta.
Una vez arribada esa certeza todo lo demás columpia en seco. Sin mar debajo, ya sin humedad disuelta en aire. Esa noción antigua de espigón de proa en toda reducción, en todo asalto.

 

d
La brevedad expresa en el asombro esa razón de ser. De para ser, Así. El tiempo entonces es una cosa extraña que sale de esa cúpula simbólica y mastica macachines entre el arrobamiento y algo que en un momento se presenta como pura verdad. Y todo – todo- en ese breve lapso está en su sitio.

 

f

Llegada desde un sismo que dejó la tierra abierta en greda colorada. Un pececito traslúcido al medio del vigor del caudal. La madre con su brazo en alto. Moles mascan la tarde recortada. Las dunas separan arenales, árboles resinosos hacen el aire verde. En las celdillas crepita lo que será un pétalo más tarde. Un fuego silencioso atiende el pájaro extraviado, ausente de sí mismo y esta sordera que comprime y blinda. El agua trae, florida, colmillos en su giro cuando dice mamá, o prima, o fruta.  Recuerda aquel olor del monte, la parte hincada que tienen los recuerdos, con la cara hacia arriba abandonando el paraíso.
Donde hace remolino el ansia cuece negligencia. Un gesto de la mano plana sobre el rostro, porque queda un farol amarillo en la cuadra. Las gotas sostenidas brillan en su fervor a contraluz. O aseverarse en vez, rueda con rueda, escalón a escalón.
Amada: las listas de tu nombre en mis escamas, todo allá adentro, Hundido, en esa lengua indescifrable que es, familia.

 

L

En el sopor hay fibras que se dan vuelta solas, estridencias de agobio en un ángulo inerte. Se cubre con un velo que borra las cortinas moteadas con el rojo y vuelve el olor a cubrir la cuajada sobre la mesa larga. El índice acierta en un blanco profundo, imprimiendo el extenso futuro. Reverdece en los patios, los pies con el pececito dando vuelta en redondo. Entre hipos, sólo el durazno alumbra.
El aumento engrosa el espesor. Que pesa en la ventana tantas veces, o también la pereza capital tuerce esta rama.
Las volutas del tiempo suspendido en el pozo sin aire mantienen en la tarde su suplicio.

 

r

Calma en estratos, un día una mesa, y luego ese flequillo enloquecido. Los columpios empiezan a estirarse calculando sus fuerzas, la reserva de la resistencia. El tiempo como un bloque con su dueño. Sólo los usos, y a veces los resquicios en los meandros de un camino agreste.
La propiedad aferra la hebra enfebrecida que cuece a la pared sin mientras tanto. De a poco vuelve en mí aquel rebaño de tardes de la infancia detenidos en humo sobre franela verde. Entre las fibras del pasto la multitud de cada cual se aúna sobre esa forma que perdura, y en algún punto, reconoce.

 


 

Marisa Silva Schultze

 

LOS OBJETOS PERDIDOS

No está. Debería estar, pero no está. Todos los días, casi todos los días estamos acá buscando algo. Puede ser una tarjeta de crédito, puede ser una llave, puede ser el control del televisor, puede ser una media o una lapicera o una tijera o el celular que, justo, está sin volumen, cualquier cosa puede ser; estamos acá buscando algo porque siempre, casi siempre se nos pierde un objeto, una cosa de las infinitas cosas que nos rodean, nos protegen, nos abruman, nos sitian, nos definen, sí,  también nos definen.
No está. Debería estar pero no está. Abrimos ya todos los cajones de un cuarto, de otro cuarto, de un ropero, de otro ropero. Entonces nos asaltan todos los objetos que no buscamos, esos que ahora no nos sirven para nada y, sin embargo, no perdimos ni tiramos ni recordamos. Buscamos y, mientras tanto, nos enfurece no haber tirado esa boleta de una compra que uno de nosotros hizo hace dos años, ese diario que no leeremos nunca más, esa garantía vencida. A veces, por un instante, nos alegramos a destiempo de encontrar algo que no estamos buscando ahora pero buscamos antes o no buscamos nunca pero habíamos olvidado. Encontrar da alivio, es como si lo encontrado, esta vez por casualidad, nos quisiera consolar; como si eso que aparece cuando estamos en estado de búsqueda viniera -en representación de todas las cosas perdidas- a decirnos algo, un murmullo que apenas desciframos y que, sin embargo, nos da aliento.
…….Ya miramos por todos los debajos: la cama, el sillón, la mesa de luz. Buscando limpiamos, barremos, tiramos y hablamos mucho: somos incapaces de buscar en silencio. Entonces decimos palabras, palabrotas, palabras anchas y sucias, palabritas filosas para sugerir culpas, oraciones inconclusas, frases sin sentido. O tal vez sea al revés: cuando buscamos nos decimos todo lo que no nos decimos nunca. Buscamos sabiendo cada uno que la culpa es del otro, del maldito orden o desorden o distracción o manía o costumbre de uno de los otros, de cualquiera de los que vivimos bajo este techo en el que, de nuevo, se nos ha perdido algo.
Esta vez es en serio que no está. La dimensión de la pérdida se mide en el tiempo de búsqueda.  La unidad de medida de nuestra pérdida son los minutos, las horas, los días dedicados a lo perdido, como si, involuntariamente, le construyéramos un altar hecho de tiempo y lenguaje.  Hemos dado vuelta la casa. Y sabemos que cuando decimos hemos dado vuelta la casa es mentira. Sabemos que las casas no se dan vuelta, tenemos la clara consciencia de que las casas no tienen derecho ni revés y no hay manera realmente de darlas vuelta. Las casas no son una bolsa que se vacía, una cartera que se  limpia, un mueble al que se le toca hasta el último hueco invisible. Las casas son espacios infinitos cuando algo se nos pierde. Las casas son, justamente, esos lugares donde casi siempre estamos buscando algo perdido.
…….Así que no dimos vuelta la casa. Solo la recorrimos rincón por rincón. Cada vez que perdemos algo parecemos un equipo de exploradores trastornados descubriendo qué hay entre uno y otro montoncito de hojas, de libros, de recibos viejos. Lo perdido puede estar agazapado entre una y otra capa de vida cotidiana y buscar, entonces, nos convierte en memoriosos, en obsesivos arqueólogos de nuestros propios días pasados. Hacemos memoria, intentamos recordar algún detalle que nos sirva de pista. ¿Cuándo lo vimos por última vez? Nos hacemos la pregunta unos a los otros y nos enfurece la ignorancia, la dejadez del olvido, la ausencia de una repetida costumbre que nos pudiera guiar en este caos.
Eso: caos. Cuando perdemos algo se nos desordena el mundo. Nos sobran objetos, papeles, camperas, bolsos; nos sobran habitaciones aunque no tengamos muchas; nos desborda el desorden aunque no seamos desordenados; nos falta tiempo para mirar de nuevo lo que ya hemos mirado. Nos sobra, nos falta, se nos distorsionan todas las balanzas y, mientras tanto, no nos sentamos, vamos de un lugar a otro de la casa, volvemos a donde ya fuimos, estamos  buscando y miramos de reojo a los otros, miramos lo que miran, intuimos el grito, la sorpresa, el orgullo, el gesto tan esperado por todos, el momento en que alguien diga las dos palabras que todavía tartamudean en un futuro incierto:  ese lo encontré que significaría el final de todo esto, el alivio, los cuerpos sentados, el cerebro diciendo frases como desde ahora, desde mañana. El corazón de cada uno prometiendo que no habrá próxima vez.
…….No está. Necesitamos un mapa. Siempre son necesarios los mapas, las brújulas. Los puntos cardinales giran adentro de las manos que, ansiosas, nerviosas, se mueven  torpes,  rápidas, desorientadas. El tipo de objeto perdido señala las rutas posibles. Una tarjeta, una receta de un análisis, una llave  nos conducen a los bolsillos de los abrigos, de los sacos, de las  camperas, de los  pantalones. Cada bolsillo nos renueva la esperanza, pero hay que tenerlo claro: los bolsillos son espacios peligrosos. Los bolsillos nos engañan. Primero los palpamos y, si tienen algo dentro, hay que saberlo, eso que palpamos, por un segundo, es la llave o el papel que estamos buscando. Buscar en los bolsillos requiere de mesura porque implica estar en constante estado de ilusión. Y la ilusión provoca desilusión y la desilusión deriva en pesimismo y no se puede buscar con pesimismo, eso lo sabemos bien, eso lo aprendimos con nuestra gran experiencia en buscar y buscar y buscar. Lo que no está, lo que irremediablemente parece haber desaparecido para siempre, se puede encontrar en un lugar inesperado o en un lugar imposible o en un lugar  cercano de nuestras manos y de nuestros ojos pero lejano de nuestras falsas ideas acerca de dónde debería estar. Porque de eso nos hemos dado cuenta de tanto esforzarnos en encontrar objetos perdidos: ellos pueden estar en cualquier lado. La casa se vuelve infinita, los bolsillos son siempre demasiados, los rincones están siempre abarrotados de inutilidad, los bordes de los muebles son sospechosos, los debajo de… y los arriba de… son universos paralelos al sentido común. Esto es, precisamente, algo que a veces discutimos. Alguien dice: no busques ahí porque ahí es imposible que esté. Es que los objetos perdidos, justamente, están, a veces, en lugares imposibles. Por eso están perdidos: por cruzar el umbral de la lógica. Con ese aspecto de inocentes, con esa apariencia de inmóviles y obedientes, los objetos perdidos son la comprobación misma de la imposibilidad de un orden quieto e inmutable. Es verdad, esto se puede discutir, hay quien dice que no se puede culpar a los objetos. Los que los defienden se ve que nunca han visto un deslizamiento, una caída invisible, una voluntad confundida  caminando en puntas de pie por la casa.
Sí, mientras buscamos conversamos. Mientras buscamos convivimos constantemente entre posibilidades. Casa uno de nosotros sostiene una hipótesis, luego la modifica, después vuelve sobre ella, al rato la olvida. Cuando no se nos pierde nada los días se sostienen en certezas y claridades, pero cuando perdemos un objeto empezamos a sentir que las circunstancias pudieron ser de una u otra manera, que pudimos hacer esto o aquello. Incluso el pasado se nos trastoca: las horas o los días ya vividos van entrando en cierta turbia confusión. Los detalles de lo vivido cobran un espesor de significado que nunca lo hubieran tenido si no fuera por el objeto perdido:  ¿Cuándo fue que fuimos a..?   ¿Llevé una campera o no hacía tanto frío?  Le discutimos al otro que su teoría sobre dónde puede estar el objeto perdido es absurda y, sin embargo, en secreto, deseamos que tenga razón y que, de una vez por todas, alguien, en casa, encuentre lo perdido. Cuando se derrumba la posibilidad de que el objeto perdido esté donde uno de nosotros dijo que podía estar, no nos basta con decir te dije que era imposible, no nos basta con confirmar que hay imposibilidades constatables en cada segundo de nuestras vidas; no, lo que hacemos es sumergirnos en cierta soledad en la que solo cabemos el objeto perdido y cada uno de nosotros, como si supiéramos que hay una complicidad especial con lo perdido y que, definitivamente, solo  hay un yo que puede encontrarlo. Llegamos incluso, a veces, a sentir: mejor que se vayan todos y me dejen a solas con mi pérdida, mi desesperación, mi intermitente ilusión de encuentro.

…….Hay un momento en que dejamos de buscar. Hay una desazón que nos paraliza. Hay un instante en que la pérdida se vuelve definitiva. Es insoportable desilusionarse todo el tiempo. Ya está nos decimos y el objeto pasa a una categoría nueva, deja de ser nuestro y no es de nadie: es un objeto perdido. Miramos para otro lado, nos distraemos en otra acción, hablamos de otra cosa. Es un paréntesis. Todos sabemos que es solo un paréntesis. No podemos resignarnos. Decimos: no, no pudimos perderlo. Decretamos con optimismo: tiene que estar. Entonces volvemos a los mismos rincones o bolsillos o por debajos y murmuramos que quizás no hayamos mirado bien, que quizás estuviésemos distraídos la primera vez. Y volvemos y volvemos y todos los mismos lugares nos devuelven la misma ausencia. La repetición nos lleva a renovar las hipótesis: en cada nuevo instante surgen nuevos lugares posibles en los que el objeto pueda estar;  cada fracaso nos lleva a pensar en otras posibles causas de la pérdida y todo se va ampliando y diversificando  y la casa no es ya el lugar donde debemos seguir buscando. Hay un mundo afuera en el que el objeto perdido no debería estar, pero puede ser que esté. Y un abrumador cansancio nos derrumba.
El afuera es infinito. El afuera es imposible. Volvemos a refugiarnos en los hospitalarios límites de las paredes y esperamos que nuestra casa nos albergue la impaciencia. Estamos todos buscando. No está. Debería estar, pero no está.

 


 

Andrea Blanqué

 

ESTABA TAN TRISTE…

…….Estaba tan triste que se advirtió culpable de la basura arracimada alrededor de los contenedores, de los muros garabateados con spray en un lío caligráfico imposible, del olor a cordero aterrado mientras los embarcaban de a cientos -vivos- para ser llevados a sacerdotes carniceros en el otro extremo del mar.
…….También experimentó culpa por toda aquella gente que esperaba de pie el bus, con inmensas y deformes barrigas y huesos aplastados por la grasa, que pese a su cantidad de kilos carecía de comida, comida ancestral, proteínas, vitaminas y calcio.
…….Estaba tan triste que se dijo que todas las casas a ser demolidas en la ciudad, en proceso de derrumbe, bellas y de otros siglos, habían admitido a la piqueta por un papel que llevaba su firma y lo autorizaba.
…….Se sentía tan triste que pensó que todos los muertos en accidentes horrorosos, acero, sangre y amasijo, se habían distraído porque su voz los había llamado haciéndoles olvidar de la carretera.
…….Pero ningún blíster de pastillas ahorrado en el cajón por si algún día había conseguido quitar de su mente la impresión de estar en un túnel de pesadilla, cayendo misiles en el afuera, donde todas las bombas iban a dar a los túneles cercanos pero el de él permanecía intacto, perseveraba justamente para que lo supiera, y fuera consciente de que los demás sufrían y morían pero que él no, que él quedaba para verlo, y regodearse o taparse los ojos.
…….Estaba así de triste porque aún debía esperar años para dejar de estar triste y convertirse en polvo o calavera.
…….Hundido en la tristeza esperaba olvidar todo en el correr de la tarde y no lo consiguió en absoluto.

 

LA GUERRA LLEGÓ DEFINITIVA…

…….La guerra llegó definitiva. Los previos escarceos pertenecían a un pasado remoto, de cielo y luz. Cuando sonaban las alarmas en aquel entonces todos corrían al subterráneo: fue una época en que las alarmas sacudían el cráneo y cuando todo cesaba ellos retornaban al aire libre y se miraban unos a otros iluminados por el sol.
…….Ahora, ya casi nadie había que recordase el tiempo del afuera, aquella vida en una corteza terrestre generosa, cubierta de verdor.
…….Sencillamente, se prefería olvidar e ignorar porque si no, la existencia era torturante conviviendo con la idea de que sí hubo una vida sin guerra en la que se permanecía en los parques y en las avenidas y en las playas y en las rocas admirando el mar.
…….Tras numerosos años de guerra perpetua el país había decidido instalarse indefinidamente en los subterráneos.
…….La solución al comienzo resultó precaria, luego, una vez allí, llegó la hora de acomodarlo todo para llevar una existencia de sosiego mientras arriba sin cesar estallaban las bombas con su estruendo que abajo les llegaba solo como un rumor.
…….Los subterráneos cedieron un espacio para cada uno, pues quedó demostrado que nadie necesitaba excesivos metros cuadrados para sobrevivir.
…….Todo había sido previsto, la energía se obtenía por larguísimos canales que parecían llegar al corazón incandescente de la Tierra. Ese calor infinito servía para crear oxígeno, agua potable, luz, calefacción y refrigeración y lograba el éxito de cultivos constantes en largas galerías de alimentos modificados genéticamente que permitían a todos los ciudadanos del país una comida deliciosa al día. Además, todos cumplían con el mandato del consumo de un suplemento diario de vitaminas, proteínas y calcio que nadie se negaba a ingerir.
…….No fue difícil contrarrestar la ausencia de sol y se inventaron cremas que calmaban la palidez y reducían aquel terrible aire de apatía conque todos se vieron por un tiempo.
…….También fue pensado meticulosamente el asunto del reloj biológico y la natural nocturnidad vinculada al sueño. En los subterráneos, la noche eterna llevaba a regular la luz artificial con precaución, de modo que el sueño de los ciudadanos fuera uniforme.
…….Aun así, todos tenían derecho a una breve penumbra en torno suyo, si así se decidía. Una suerte de aura.
…….En verdad, a las personas insomnes -que las seguía habiendo, y muchas- les daba igual pasar la noche en un túnel o bajo un cielo esplendoroso de estrellas. Como en tiempos, había regresado el hábito de escuchar la radio por las noches. Los sonidos se transmitían por un cable y no había posibilidad de que las ondas fuesen detectadas por el enemigo, ni que las suaves voces de la oscuridad se convirtieran en peligrosas señales que advirtieran a los drones dónde, bajo la inmensidad del afuera, había un subterráneo habitado y seres vivos.
…….Todos los ciudadanos, fuesen insomnes o no, se consideraban sobrevivientes. Eran conscientes de que tan solo un veinte por ciento de la población había alcanzado los subterráneos cuando llegó la hora del exterminio y, además, que hubiesen resistido la tentación de volver a salir al aire y al viento.
…….Se autodenominaban “Los que quedamos aquí”, dando por sentado que una enorme cantidad no estaba, que muchos otros se habían disuelto entre aquellas nubes enceguecedoras.
…….Ellos no lloraban, oh sí, desde hacía décadas no se lloraba, pues la piel era muy frágil en las profundidades de la Tierra y el cuerpo sabiamente no producía lágrimas saladas que erosionaran las frágiles mejillas.
…….Fue entonces que, gracias a la radio, las personas en la oscuridad, alertas, comenzaron a toparse con desconocidos, como otrora en la multitud. Ello significó una novedosa y dulce ansiedad para algunos, quienes desde la terrible y precipitada corrida debían convivir en los subterráneos con los habitantes de cubículos cercanos sin ir mucho más lejos.
…….Que los desconocidos tuviesen contacto entre sí era temible y gozoso. La gente tenía sed de darse de golpe con rostros diferentes, con voces nunca escuchadas antes, con historias sorprendentes que nunca nadie había murmurado en la galería de cubículos.
…….Él, que había estudiado Historia, sabía que el Homo Sapiens había sido un firme viajero que había recorrido el mundo con tesón. Así, su maravilloso cerebro se había desarrollado cruzándose en los vados con seres que irrumpían, o encontrándose en una enorme caverna con que en el fondo ya otros humanos habían hallado su lugar de reposo.
…….El encuentro con el desconocido había sido crucial para el pensamiento y el lenguaje y algunos creían que aquello de permanecer indefinidamente en cubículos endogámicos, en la quieta monotonía, era un destino casi más oscuro que la guerra en el afuera.
…….Él lo sabía y lo buscaba, sabía el efecto aniquilador que la falta de cambio produce en las almas y en los cuerpos, por eso con inquietud estaba atento a todo aquello que jamás hubiese imaginado, tan esperado también.
…….No era fácil. Recorrer los laberintos resultaba arriesgado porque podía darse que no se hallara el propio cubículo durante horas. En ese caso se pasaba sed y hambre, porque el racionamiento no permitía tener convidados.
…….La radio era entonces la mejor manera de sentir voces nuevas en la penumbra. Era posible llamar a las emisoras y estas decidían quiénes podían compartir su historia con los demás. Los cubículos se llenaban así de ideas frescas, de suaves voces que llegaban como una brisa, colores de voz de gente que cantaba o susurraba un poema.
…….Porque aún en el subterráneo, en el búnker más escondido, surgía el canto, que generaba un gran alivio y convencía de que nadie iba a enmudecer por pasar sus días allí.
…….Una noche en su colchoneta, él se halló insomne y sorprendido escuchando una voz de duende, como si hubiesen llevado a la radio un personaje de animé, aquellos dibujos parlantes que habían sido tan frecuentes en el mundo de arriba.
…….Luego siguió sus historias cada noche, la voz de duende solía abundar en pájaros y lagartos y lechuzas y venados guazú virá y perros aguará guazú y en yaguaretés y en mulitas timidísimas, que tarde o temprano desfilaban con una hilera de crías detrás suyo.
…….Con el tiempo descubrió que la voz de duende pertenecía a una mujer. Una noche ella explicó al periodista que pertenecía a una familia de cantores, la forma y largura de las cuerdas vocales había sido una característica de todos sus antepasados y parientes. También agregó que ella no usaba esa voz para la música, sino para contar historias de bosques de bruma con bañados y flamencos y sapitos de Darwin escondidos.
…….El periodista la invitó a menudo a participar de las audiciones en la oscuridad y muchos insomnes anhelaban el momento de la noche en que la voz de duende se escucharía.
…….Cada ocasión traía una historia que efectivamente había sucedido pero que nadie recordaba, por lo tanto todo lo que decía resultaba inverosímil como aquel mundo verde y húmedo que aquellos pálidos y temblorosos escuchas habían perdido.
…….La mujer con voz de duende imitaba los sonidos que habían producido los animales ya extintos porque no habían soportado la intensidad de las bombas ni su ruido ni su olor.
…….Ahora todos los humanos, “los que quedaron”, se hallaban en cubículos sin rastro de cielo, imaginando la hermosura con que se había deslizado un felino por el quicio de una ventana de una casa de madera o el garbo de un caballo que luego de galopar por las colinas azules se detenía a pacer en un claro del bosque.
…….Una noche el periodista en un arrebato lúdico pidió a los insomnes invertir la situación y que fueran ellos quienes contaran una historia a la mujer con voz de duende.
…….Él no supo el motivo de su fortuna pero lo cierto fue que de los centenares de llamadas de personas anhelantes por hablar con esa mujer, los emisores eligieron su voz para que contara algo. Él anunció al periodista que contaría una historia que sabía ciertamente que a la mujer con voz de duende le gustaría.
…….Aquella era una noche sin estrellas como desde hacía muchos años pero como en algunas ocasiones no se sentía el rumor de los estruendos de misiles. Los subterráneos permanecían silenciosos porque muchos dormían y otros, insomnes, escuchaban atentamente la radio esperando su historia con dulces expectativas.
…….Él contó que había tenido una casa en un bosque una vez cuando era muy pequeño desde donde se veía el mar y todo tipo de pájaros. Dijo que tenía la convicción de que volvería allí porque, tarde o temprano, las guerras se acaban. Las plantas vuelven a crecer y los ciervos comienzan inexplicablemente a correr otra vez por los escombros que pronto terminan cubiertos de hierba. Les recordó a todos Chernobyl, ocurrido hacía tanto tiempo, que antes de la guerra había vuelto a permitir en sí la Naturaleza y que sorprendía al mundo con una fauna y flora proliferante que desafiaban los ojos humanos.
…….Le dijo a la mujer con voz de duende que él le construiría una casa de madera cuando volviese a haber bosque, porque sin duda lo habría, y que si la mujer lo deseaba él la llevaría a vivir allí, con él, para que escribiese en una larga mesa las historias que había contado en la noche subterránea durante todo este tiempo.
…….Le dijo que allí ambos divisarían juntos el mar y que serían felices. Sabía que para entonces ya serían muy ancianos, pero que luego de haber vivido tanto tiempo en los subterráneos cada minuto se convertiría en eternidad.
…….La mujer con voz de duende guardó un largo silencio hasta que deslizó, en la noche, la verdad abrumadora. Le dijo al hombre que escuchaba y a todos los insomnes que ella ya era muy anciana y que comprendía la confusión que generaba su voz entre quienes la sentían, que casi creían que les hablaba una niña.
…….Pero que muy pronto se acabaría el momento de las historias de los bosques perdidos porque nadie es inmortal y menos en los subterráneos. Dijo que ella había aceptado el convenio por el cual se establecía el momento de decir adiós y morir. Que nadie podía esperar ser ancianísimo en los subterráneos. Que había que hacer espacio.
…….El periodista interrumpió la triste conversación y dijo con su gracejo animado que ya era tiempo de terminar el programa e intentar dormir cada uno en su cubículo, con un sueño hermoso, sin duda, luego de haber escuchado todas aquellas historias de bosques y de pájaros que suavemente sosegaban el tiempo en esos laberintos.

 


 

Verónica D’ Auria

 

EL GUISADO

…….En la oficina pensaban que su carácter y sus complicaciones se debían a que la habían criado padres viejísimos y que de niña no tenía otra compañía que ellos y un antiguo piano. Alguien había ido al mismo liceo y recordaba haber conocido su casa, ubicada en
una manzana del centro de la ciudad. Tenían las cortinas de terciopelo gris oscuro siempre cerradas, incluso en verano, porque la luz les molestaba la retina. No había aire tampoco porque había que cuidarse de las corrientes. De la cocina provenía el olor
a cáscara de fruta podrida o a una grasera mal limpiada. Nadie quería ir de joven a visitarla. El piano de la sala estaba desafinado. Ella había tomado lecciones desde que era niña_ tampoco había salido pianista.
…….Trabajaba en cambio en una dependencia pública en donde sus fuertes reyertas a los gritos espantaban a sus compañeros. Hacía una cantidad de horas extras; era la última en salir del edificio, a excepción de los guardias profesionales y parecía no tener
mucho apuro por regresar a su casa, donde estaba siempre sola.
…….No se le conocían hombres, ni amoríos ni noviazgos. Casi nadie se acercaba a ella si no necesitaba sus servicios. Sin embargo cuando venían a la división las vendedoras de ropa interior compraba unos conjuntos sensuales con encaje negro y rosado y
perfumes fuertes para demostrarles a todos que ella también tenía una vida oculta que no iba a compartir con nadie. Solo tenía contacto con los guardias de seguridad de los últimos horarios de la noche con los que intercambiaba las frases habituales y a
quienes hacía las preguntas de rutina. ¿Cómo está la familia? ¿Terminaste de dar literatura en el liceo nocturno? ¿Cómo están los perros de tu madre? Y ella les hablaba a cambio de la casa del balneario aunque no pensara invitarlos.
…….Los padres habían muerto y no tenía ni primos ni tíos. Había conservado la cabaña del balneario que estaba lejos de la playa y muy cerca del bosque donde recogía setas para sus guisados. Sabía cocinar muy bien aunque comiera sola. Preparaba una cacerola
grande con cebolla, carne, papas, hongos y zanahorias y le agregaba una buena cantidad de vino tinto.
…….Como no tenía vecinos cercanos y tampoco intercambiaba con ellos más palabras de las necesarias, estaba siempre aislada.
…….Ellos la veían pasar con una bolsa enorme con el logo de coca cola a recoger los hongos del bosque. No sabía nada de las setas pero presumía que eran todas buenas. Recogía siempre unos marrones parecidos a campanas y los dejaba secar en la ventana. No
tenía ni siquiera un perro o un gato_parecía no necesitarlos. No temía que la robaran, ni a los ruidos de la noche. Solo tenía una radio para hacerse compañía. Sintonizaba cualquier número del dial y escuchaba todo tipo de música _desde clásica hasta reguetones_y programas donde discutía la gente de las más variadas opiniones. No le interesaba la política pero le entretenía como procuraban convencerse de las cosas más inverosímiles_desde la ley de riego hasta si debía haber instrucción religiosa
dentro de las escuelas. No leía mucho ni salía. Solamente limpiaba la casa de forma mecánica.
…….Nunca había invitado a nadie del trabajo pero todos sabían por chismes donde quedaba exactamente en el mapa. Ella salía con el pelo oscurísimo y lacio partido al medio como una figura espectral a recoger los hongos en todas las estaciones, sin
importarle el color o el aspecto de las setas. Una bióloga que vivía a unas pocas cuadras largas se acercó a ella un día y le preguntó si ella sabía algo de hongos, que podía haber algunos peligrosos. Sin ser grosera le dio a entender que ella confiaba en su propio instinto como lo había hecho antes su madre y que no precisaba consejos de extraños.
…….Un fin de semana de mayo luego de unas copiosas lluvias vio unas setas medio escondidas en lo que parecía barro espeso. Tenían el sombrero convexo y un tallo esbelto con un anillo pequeño. Debían medir un poco más que un dedo. Recogió un
montón de ellas que estaban muy cerca y las llevó a la casa.
…….Prendió la radio. Había un programa de consejos para sacar las manchas de las prendas de lana. Encendió la cocina vieja de color verde medio descascarada. Puso a hervir las zanahorias con las papas. En un sartén frió la cebolla y los ajos. Después saltó la carne. Picó una a una todas las setas y llenó abundantemente la olla mediana de vino tinto de caja. Al finalizar el guiso le echó sal y comenzó a probarlo.
…….A los pocos minutos se encontró más liviana. Sintió que desaparecían sus migrañas y que no le importaba su soledad o los comentarios que hicieran los vecinos o sus compañeros de trabajo Luego fijó su vista en un cuaderno en blanco donde anotaba las compras del supermercado y todos sus gastos. Los renglones le parecieron de un verde muy brillante, como si el sol los hubiera iluminado.
…….En un tercer momento se vio a sí misma dentro del cuaderno caminando por lo que podía ser una calle en invierno. Llevaba el uniforme y se dirigía al colegio. Veía las caras fugaces de los profesores. La pipa del profesor de física. El humo salía mientras iba dictando sus apuntes. La profesora de química enseñando a sus alumnos a hacer jabones toscos y anilinas con olor a frutilla. Sintió los comentarios ofensivos de los compañeros que la alejaban del mundo social.
…….El humo de la pipa salía por el cuaderno y se parecía a un hongo gigantesco de una explosión nuclear. Pensó que estaba envenenada y luego pensó que debía estar muerta pero como movía las piernas decidió quedarse recostada y se durmió vestida en el sillón.
…….Al otro día ojerosa fue a hacer las compras en el centro del balneario pero miraba a su alrededor como si todos supieran lo que había sucedido. Compró un encendedor de plástico en el viejo almacén y decidió comer solo arroz con aceite. Ni siquiera llevó la caja de vino tinto. No gracias dijo cuando se la alcanzaron Como no estaba cansada decidió buscar en la red el tipo de hongo que había consumido. Se trataba de un hongo alucinógeno que otros pueblos habían llamado carne de los dioses. Había tenido una experiencia mística pero de ninguna manera volvería a repetirla. La había sacado hacia afuera de su pequeño mundo pero también había sido perturbadora.
…….Esa tarde estuvo todo el tiempo sin hacer nada escuchando en la radio los pedidos de la gente para dedicarle a los amigos o a los novios sus temas favoritos. Oyó a Celia Cruz en lo que era uno de los temas más repetidos de los radioescuchas Ay no hay que llorar Que la vida es un carnaval Que es más bello seguir cantando. Siempre la oía con cierto cinismo. Hoy no podía reaccionar ni a la música ni a la letra. Estaba catatónica.
…….Volvió al trabajo. Comenzó a comprar galletitas para convidar a los compañeros de la noche. Parecía que algo había cambiado. Pero no cesaron sus arranques de mal humor, sus encontronazos con otros compañeros acerca de quién había firmado o dejado de firmar los expedientes, sus impertinencias con los superiores. Hacía su trabajo de manera correcta y nadie pensaba echarla o sumariarla pero no hubiera resistido la presión de una entrevista a cualquier otro empleo.
…….Como en su casa del balneario en su oficina tenía toda la tarde la radio prendida en cualquier dial. Como trabajaba sola podía elegir la emisora, pero ni siquiera tenía preferencias. Le alcanzaba con sentir una voz, un par de voces, un coro para sentirse acompañada. Prefería esto a los diálogos de la vida real y la curiosidad sin límites que tenían las personas sobre la vida ajena.
…….Cuando llegaron los días libres ella volvió a la cabaña del balneario. Tuvo que poner vinagre para que no se acercaran los gatos, atraídos por el olor a guisado. La cocina estaba empercudida y tuvo que limpiarla durante horas mientras miraba el cuadro desvaído de una callecita de París que habían comprado sus padres de jóvenes en uno de sus viajes.
…….Otra vez prendió la radio. Había un programa donde llamaban a alguien a petición del público, una figura conocida y les hacían preguntas personales. Solo algunas actrices argentinas contestaban a medias con humor. La otra gente, los políticos o los empresarios dejaban pasar largos silencios que el presentador llenaba con posibles respuestas a preguntas indiscretas que él consideraba muy graciosas. Lo había escuchado por la tarde en la mayor parte de los ómnibus y los taxis.
…….Decidió de nuevo recoger unas setas para el guisado. Esta vez sabía bien cuales tendría que evitar. Vio unas con el sombrero verde oliva y con el pie blanco y esbelto. Recogió más de media bolsa.
…….Las dejó durante varios días a pleno rayo del sol en el borde rugoso de una ventana que daba a la cocina. Preparó los ingredientes para la cacerola. Picó todos en la tabla redonda de madera. Cortó la caja de vino tinto. Puso en hilera el aceite y la sal. Estaba todo listo.
…….Si hubiera hablado con la bióloga le podría haber dicho que se trataba de un hongo que podía ser confundido con los licoperdones. A veces lo llamaban el sombrero de la muerte. Tenía láminas verdes debajo del sombrero. Atacaba al hígado y a los riñones.
…….Pero ella no se iba a molestar en hablar con los vecinos. Tenía su intuición y no aceptaba los consejos que no había solicitado.
…….Cuando estuvo pronta la cazuela la comió. Tal vez faltara un poco de vino tinto.